¿Las buenas costumbres son cosas de ayer?






Apenas unos años hace, la presencia de un niño en los alrededores convertía al adulto más próximo en su garantía de seguridad. El niño debía comportarse con mesura y respeto, y el mayor, aun ocupado en sus tareas, señalaba con una mirada de vez en cuando lo  adecuado, o no, del comportamiento infantil. Aunque los hijos no fueran suyos, la persona en el entorno sentía la obligación de cuidar sus ocurrencias infantiles, y reprenderlas cuando así lo juzgaba oportuno.

En nuestros días ya no se suele dar ese ambiente de confianza. La presencia de los padres, de la madre incluso del niño, no es garantía alguna de un comportamiento digno del niño. Al contrario, incluso dentro de una iglesia, los niños, en presencia de la madre, pueden alborotar, correr, gritar y distraer con su conducta, el recogimiento de los concurrentes. Y no se le vaya ocurrir a usted advertir a la madre del comportamiento inadecuado del infante, incluso cuando hay un lugar reservado para las familias que acuden a este recinto sagrado con sus menores. La madre podría contestarle ásperamente por meterse donde no le corresponde, y si su acento le desconcierta, le puede pedir que se vaya...del país, nada menos.

Apenas unos años hace, pero las costumbres han cambiado. Si ahora nos movemos a otro escenario, el de un recinto universitario, por ejemplo, podemos quedarnos un tanto perplejos al escuchar la conversación de las mujeres. Con eso de la "igualdad", las niñas bien se atreven a proferir cualquier tosquedad de pésimo gusto y que quedarse tan tranquilas. Al fin y al cabo, las palabras se las lleva el viento. Y ser corriente parece estar de moda. El ponerse al nivel de los hombres corrientes en este  recinto, no parece elevarlas a esa igualdad tan deseada. Los destinos de unos, no se convierten en aciertos en boca de otras.

Se pueden quedar más perplejos todavía, quienes hubieran presenciado la siguiente escena en aula universitaria. A raíz de un razonamiento cultural, una de las presentes se puso de pie para increpar al profesor: "Mire, no siga por ahí, porque ni yo ni ninguna de quienes aquí estamos somos vírgenes". Se hizo un silencio incómodo. La alumna se sentó y volviendo su cara de una parte a otra para encontrarse con la de sus compañeras, esbozando una sonrisa de complicidad. Esa manifestación de autenticidad, quedaba fuera de lugar, y no venía al caso, menos cuando no contenta con manifestar su intimidad en público, se atrevía a publicar la de las demás asistentes.


Sin duda, las redes sociales han ampliado el radio de la desvergüenza hasta mostrar a públicos desconocidos lo que a nadie le importa, sin medir las consecuencias de no vivir el principio de un pudor mínimo. Ya todo es público. Se desconoce el significado de la intimidad y la belleza de cubrir la desnudez.

Apenas unos años hace, las cosas no sucedían así. El orden moral y la intimidad, las muestras de educación en los espacios públicos, el observar las disposiciones de buen trato y urbanidad, eran --digámoslo así-- más frecuentes que hoy. 

Quizá los vientos que soplan hoy son mas recios, capaces de cambiar de sitio hasta las buenas costumbres.


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