Es la "maternidad" la garantía de la vida, no el "cambio climático"





La historia reciente se escribe como si se quisiera reivindicar de una vez por todas los sucesos de antaño. Es decir, parecería que la juventud y  las mujeres están exentas de culpa, aunque los hechos digan lo contrario. Sin embargo, las cosas no suceden así. Se trata de dividir, y se usan mujeres y jóvenes para este propósito.
Veamos. La pobre Eva, la única mujer del Paraíso, ha cargado con la culpa del "pecado original". Su marido, Adán, aprovecha la coyuntura para tratar de evadir la culpa: "La mujer que me diste por compañera me dio del árbol y comí". La respuesta a esta postura deja en claro la falsedad de la primera teoría sobre la "persuasión": "Por haber escuchado la voz de tu mujer y comido del árbol del que yo te había prohibido comer, maldito sea e suelo por tu causa".  La propuesta externa  no es suficiente para persuadir si uno no quiere; en todo caso se persuade uno a sí mismo. De otra manera, la realidad de la libertad personal quedaría anulada. Pero, es la mujer quien se ha quedado con la culpa principal de esta transgresión. Sin embargo, Adán la llamó Eva: madre de todos los vivientes. Pero, la Iglesia, desde hace cientos de años, cantó como Felix culpa a la decisión de Eva, la mujer. 


Hay muchos ejemplos del Antiguo Testamento, aunque nos quedaremos con otra escena del Génesis, el de las jóvenes hijas de Lot. Después del desastre del fuego llovido del cielo sobre Sodoma y la pérdida de su mujer, convertida en sal, a las hijas se les ocurre para tener descendencia, usar al padre y acostarse  con él, "pues no hay ningún hombre en el país que se una a nosotras". Para facilitar el proceso, ponen ebrio al padre, y en días distintos las dos hermanas se acuestan con él. Es decir, también estas mujeres fueron las madres de estos pueblos,  amonitas y moabitas. El fin no justifica los medios, pero el doctor de la Iglesia san Agustín se atreve a apostillar la sentencia  "todo es para bien", añadiendo: "incluso el pecado". 

Luego tenemos a María, la Madre de todos los creyentes. Reconoce el valor de la "humildad", del humus, de la tierra, y se alza hasta las cumbres de la santidad por el querer divino, sin ser tocada por el pecado. No tenía una madre en donde apoyarse, como nosotros en ella, pero quiso Dios apoyarse en ella para traernos al Salvador sin el concurso de José, su esposo, excepto su silencio, porque "para Dios no hay imposibles".

La maternidad es la gran fuerza de la humanidad. Su mengua, su desaparición, es lo que puede traernos toda suerte de trastornos y el extermino de la vida sobre la Tierra. El "creced y multiplicaos", sigue vigente.

Alguien debería explicarle a la jovencita sueca Greta Thunberg, de 16 años, erigida como "activista" internacional, con una cierta arrogancia  casi infantil, que el gran peligro de la humanidad no radica tanto en   el "cambio climático", y en  el ser "veganos" y "no viajar en avión", sino en no procrear y educar hijos para salvar la tierra.

Aunque ya se habla de concederle el Premio Noble de la Paz, convendría preparar y hablar de lo excelso de la maternidad, por encima de todas las demás cosas, a la hora de enjuiciar el valor de la vida. Son pocos quienes se atreven a alzar la voz en defensa de la vida, en vez de alinearse con quienes gritan acabar con ella en los foros públicos sin vergüenza alguna. Porque cada vez menos se atreven a tener hijos dentro del matrimonio, es decir, de la unión de hombre y mujer.


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