Indicadores de la presencia diabólica en el mundo




Cherubino Alberti, siglo XVI




Aunque no faltan hoy celebridades por sus desaciertos a la hora de hablar sobre la realidad del diablo en el mundo, de cuyo nombre prefiero no acordarme (el que tenga oídos para oír que oiga), proponemos algunos indicadores sobre su presencia.

Como en cualquier otro aspecto, vale la pena partir de Dios para dilucidar este punto. Si las virtudes teologales son  indicios de la presencia de Dios en las almas, su ausencia, como cualquier vacío se llena de lo que no es divino. En este caso, de diabluras del diablo o del diablo mismo.

Las virtudes teologales son tres: la fe, la esperanza y la caridad. Con la fe se cree; con la esperanza se vive en presente lo visto en la fe; por la caridad, se ama decididamente a personas y cosas que nos encaminan al fin previsto por Dios para cada uno.

¿Qué ocurre cuando se suprimen del corazón del hombre estas virtudes? Como hemos dicho, se crea un "vacío"  y el corazón se mueve dando tumbos, sin rumbo fijo, debido al empuje del motor en esta "soledad".

Este motor impele, en primer lugar, a la "autosuficiencia". El hombre se basta a sí mismo. Dios no hace falta. No importa si los requiebros del lenguaje humano se quieran adornar diciendo: ateo soy; o más bien, incrédulo. Hay grados, claro está, desde la postura cómoda de quien desea disfrutar sin cortapisas hasta quien declara por la fuerza ser capaz de todo. Una especie de Trump, quien sin quitarle las cosas buenas que aún defiende, se mueve como si fuera una encarnación se los dioses del Olimpo, pero sin gracia. 

En segundo lugar aparece, de diferentes formas, el combustible para mantener esa arrogancia, más disimulada en el campo intelectual, pero siempre aleteando en la vida de personas y grupos cuyo horizonte estriba sólo en lo material. Desde antes y después de Marx, el "materialismo" en todas sus variedades ha reptado en los ámbitos de las ciencias, de las letras y de la economía reduciendo al hombre a mera cantidad, cuyo "peso" determina en el mercado su valía: tanto tienes, tanto vales, donde la balanza además está  desquiciada.

Por último, las desavenencias y discordias, divisiones y rupturas, conflictos y guerras, maledicencias y mentiras, suicidios,  rumores sin fundamento y encumbramientos indebidos, dimes y diretes, feministas, van fomentando el "odio" y la separación entre las personas y pueblos y dentro de sí mismo. La atmósfera se torna irrespirable y la convivencia se agrieta sin remedio.

Este es el cuadro resultante, sin exageraciones,  de una vida desprovista de fe, de la esperanza y de la caridad. Una especie del infierno de Dante, pero en la Tierra. Gracias a Dios, lo que de "bueno" queda en las personas, en las familias, en los mercados y en las instituciones políticas y sociales se debe a esas personas que, con disciplina van recorriendo el camino de la virtud de la fe, de la esperanza y de la caridad.

Estas son las "marcas" de Dios en la Tierra: verdad, belleza y amor, preludio de la llamada a la santidad de todos los hombres.




  

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