Hablar claro, sobre todo en lo trascendente

Hablar claro. Aunque sea para dar los "buenos días".

Los amigos de la "delicadeza extrema" suelen echar en cara en ciertos ambientes o países el hablar claro. Desde luego, no te falta razón --dicen--, pero lo dices quizá con exceso de claridad. Claridoso, se le suele llamar a ese "decir sin reparos", en las regiones de América Central. 

Esta corriente se ha ido extendiendo hasta llegar a los púlpitos, ya en decadencia, o, mejor dicho, a las homilías diarias y dominicales. Peor todavía, los padres de familia ya no suelen reprochar a sus hijos aquellas conductas impropias, no vaya a ser que la criatura se espante y, siguiendo la escuela freudiana, se acabe frustrando y sea un apocado, bueno para nada.

Es decir, se ha estado imponiendo el paradigma de guardar silencio sobre lo esencial. Por ejemplo, en la asistencia a las misas dominicales hay de todo, menos jóvenes. Pero ahí están sus padres, sus abuelos, sus parientes cercanos. No se alude jamás a este hecho. Es mejor, quizá, no dar un mal rato. En ese mismo recinto, se ha hecho costumbre ir a comulgar, casi como si fuera obligación. Pues bien, rara vez se escucha hablar de ir a recibir la eucaristía con las debidas condiciones, esto es, guardando el ayuno desde una hora antes, y, sobre todo, estando en estado de gracia. Tal vez el hecho de haber retirado prácticamente los confesionarios de las iglesias o el no tener un sacerdote en su interior dispuesto a escuchar la confesión oral del penitente ha llevado a pensar que este requisito de acudir al sacramento con el alma en gracia, está ya sobreseído. 

Estos asuntos no son una bagatela, son algo esencial. Equivale a contemplar cómo una comunidad de amigos y conocidos van cayendo por un abismo, y quedarse en silencio sin avisarles del peligro. Más todavía, continuar comiendo y bebiendo, disfrutando del paisaje, sin avisar, por vergüenza, por miedo, o por indiferencia, de la existencia del infierno a aquellos que, al obra así, comen  beben su propia condenación. 

Esos mismos, son capaces de asistir por miles a una manifestación protestando enérgicamente porque el "planeta" (?) se podría acabar a finales de este siglo si no se cambian o viven ciertas políticas medioambientales. Está bien  esas protestas organizadas hoy con tanta frecuencia por mil causas, pero, ¿acaso no le preocupa a nadie el cuidado de esas almas cuya conducta puede ocasionarles la condenación eterna? 

Lo hemos visto hoy claramente en la parábola del "rico Epulón y el mendigo Lazaro". El cielo existe; el infierno, también. Y de de esos estados no se puede salir nunca. Harían bien entonces los padres de familia en ir educando a los hijos acerca de estas verdades tan básicas, que, difícilmente oirán en las escuelas o en la reunión de amigos.

No quedan libres de culpa quienes, debiendo hablar claro, guardan silencio sobre lo esencial. Esto no asusta a los niños; quizá sí a algún mayor. Pero vale más la pena ese decir sin reparos, que sufrir por culpa de ese silencio toda la eternidad.

Es aquí donde se debe respetar la "libertad de expresión" y no en los cenáculos de televisión donde se paga a los concurrentes por contar, sin vergüenza alguna, los pormenores de la vida ajena.




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