Música para las ocasiones importantes. (¿Y en la liturgia, qué?)


Recuperar  la música sacra en las celebraciones litúrgicas podría ayudar a renovar la devoción y asistencia de mayores... ¡y jóvenes! a los actos de culto.





Entonces, ¿qué es la música? Depende. En principio podríamos decir: un ordenamiento sonoro personal. Es propio de las personas expresarse también por medio de acordes, más allá de la palabra, no siempre entendidos por todos.

¿Por qué nace la música? Va con el hombre, desde el principio. Es una expresión sonora de la armonía. Desde Platón, se maneja la idea de "música celestial" como consecuencia del "orden" cósmico. Pero su presencia en todas las culturas es un hecho. El hombre ha sido capaz de controlar los ritmos y la intensidad de los sonidos creados a través de algún medio. El ingenio del hombre ha ido produciendo instrumentos musicales diversos, pero la música original, si bien ha ido variando según los acordes arrancados de ellos y la creatividad de los músicos de cada época, es una creación del hombre porque tiene la capacidad de hacerlo.

También los ángeles, como vemos en el nacimiento del Mesías, narrado por san Lucas: "...una multitud del ejército celestial que alababa a Dios diciendo: Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz  a los hombres en quienes él se complace". 

La música, una expresión de la espiritualidad de la persona, nuca falta en los grandes momentos, y,   puede, como los buenos perfumes, llenar todo un espacio de su esencia; pero también se puede desvirtuar, si se deja en las manos cansadas de un bodeguero, si ha gastado  su vida entre toneles de vino ya rancios, incapaz de distinguir los aromas de una cosecha añeja, de profundos y aquilatados sabores.

La música. No cualquier música. La estridencia se da en el ruido, en el desorden,  proveniente de los bajos fondos del hombre, choque de impulsos sin conciliación alguna. 

"¡Cuánto lloré también oyendo los himnos y cánticos que para alabanza vuestra se cantaban en la iglesia, cuyo suave acento me conmovía fuertemente y me excitaba a devoción y ternura! Aquellas voces se insinuaban por mis oídos y llevaban hasta mi corazón vuestras verdades, que causaban en mí tan fervorosos afectos de piedad, que me hacían derramar copiosas lágrimas, con las cuales me hallaba bien y contento" (IX, 6, 7).

Es la experiencia de san Agustín. Florecen la "ternura y la devoción" si se deja el corazón suelto en las ondulaciones de los acordes. Hoy se habla mucho de atraer, sobre todo a los jóvenes, a las celebraciones litúrgicas. Pero falta ese reclamo de la música, un poderoso atractivo para la iniciación de la juventud en las fuentes de aguas frescas de la liturgia. 

Ratzinger, además de cultivar él mismo el piano y el órgano, recomendaba vivamente no descuidar la "música sacra" en las iglesias y parroquias, y dejarse de "cancioncillas" (ditty) con poca sustancia. 








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