¿Dar a cada quien lo que le corresponde?







Desde los días de Marx, a mediados del siglo XIX, donde se propone en su obra El capital la "igualdad" como el bien social por excelencia, a base de suprimir o constreñir el derecho a la "propiedad", hasta nuestros días, donde economistas como Thomas Piketty, hacen de la "desigualdad" su concepto central, siguiendo las líneas de su maestro decimonónico.

Detectar "desigualdades" es el fracaso del capital a la hora de hacer justicia, según esta línea de pensamiento. 

Hay un dato, sin embargo, proveniente de la observación histórica de quienes, desprovistos de todos sus bienes materiales, han emprendido un nuevo estilo de vida, ha cautivado a muchos en este modo de ver las cosas. Y han cambiado con su conducta, sin hacer violencia alguna, el mundo.

Tenemos la muestra en personajes como  san Benito, Francisco de Asís, y la gran Teresa de Ávila cuya fiesta celebramos el pasado día 15. Viviendo en la pobreza más absoluta, regeneraron el mundo.

El cristianismo nos enseña el camino en la figura de su fundador. Nacido en la pobreza, en una familia errante, originaria de un poblado sin relieve alguno, perseguido y acosado hasta la muerte, a pesar de haber gastado su vida "haciendo el bien", ha traído al mundo la "paz", esa tranquilidad en el orden inalterable.

La importancia de lo material, sin duda la tiene, no puede reducir la vida del hombre a realizar comparaciones exhaustivas sobre la riqueza relativa de la humanidad y las diferencias entre unos y otros en este renglón. Las conclusiones, obtenidas así, nos dejarán siempre, como en la orografía de cualquier país, crestas y valles, cabos y golfos, zonas fértiles y áridas. 

Fijarse en esas "desigualdades" para desdeñar la posibilidad de la justicia, consistente en ese dar a cada uno lo que le corresponde, además de miope, es una visión reduccionista sin esperanza alguna de encontrar la grandeza dada por la presencia del "espíritu", garantía de universalidad en esta vida  en la riqueza del amor a lo cotidiano, de la belleza en el arte, y de trascendencia, más allá de la muerte. 

A todos no les corresponde lo mismo, señor Piketty. Por eso conviene ir prestando más atención a la dimensión de la justicia. Si bien el amor hace iguales a todos los hombres, eso no significa imponer a la individualidad de cada persona lo mismo.

Porque cada uno es tan importante, se debe contemplar, debido al amor, presente en toda relación, las diferencias, las necesidades específicas de cada quien. Por tanto, la "igualdad" así entendida, resulta en una soberana injusticia.

De aquí no se deduce la falta de atención y esmero con los necesitados y los pobres. Al contrario: se les debe dar ese mínimo que les corresponde.














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