Preocuparse antes del matrimonio para ser fieles después






Los temores de muchos danzan en nuestro entorno. Los jóvenes, porque no vislumbran el futuro con claridad. Los mayores, porque se va apagando la vida, y no saben ni el momento ni la hora de su despedida.

La gente es muy aficionada a recalar en los anuncios donde se prometen curas casi instantáneas a todo tipo de males y pesares. Cinco minutos de ésto y tres de aquéllo. Al fin y al cabo no cuesta gran cosa.

Pero cuando el problema salta a otro plano, por ejemplo, el de las "relaciones personales", no faltan tampoco quienes ofrecen alivios para el alma con el fin de seguir disfrutando del cuerpo.

Es casi increíble caso de la tasa de divorcios en Bélgica: un 70% (seguida muy de cerca por Hungría, Portugal, República Checa y España, países todos con más del 60%). En estos casos, los curanderos hacen el "agosto" recetando paños calientes para los desenamorados. Claro, el remedio suele estar muchas veces  "antes de" contraer matrimonio, no después.

A veces se olvida un punto clave de esta relación: el matrimonio cristiano no es una creación del hombre, sino una hechura personal de Dios: sin él presente no se se puede perseverar. Es decir, el matrimonio se convierte en la relación de un "trío": El hombre, la mujer y la huella imborrable de la presencia de Dios. 

Por eso ningún hombre puede separar lo unido por Dios, sentencia aparecida ya en los primeros versos del Génesis, cuya indisolubilidad se ha  mantenido hasta la fecha en todo matrimonio cristiano y en el mundo religioso judío.

Se trata del consentimiento en una convivencia de amor en el tiempo. Siempre es así: el hombre lo es en tanto se forma en las dos dimensiones: espacial y temporal. Y se desnaturaliza cuando trata de romper esta definición concreta. Desvirtuarse en el espacio y en el tiempo. Se desvirtúa en el tiempo porque se interrumpe el amor. Se desvirtúa en el espacio porque cesa la unidad.

El fracaso de esta convivencia es el fracaso de la sociedad. Por eso, todas las fuerzas vivas del conjunto social deberían abocarse a fortalecer los vínculos del matrimonio, sin distraerse con los cantos de sirena que amenazan con destruirlo.

Sin embargo, lo contrario parece ser el caso,  bajo la premisa de una libertad mal entendida. La libertad supone siempre la elección de un bien. Y un divorcio nunca lo es. Por el contrario, el amor se esfuma y la unidad se rompe.

Vale la pena "ocuparse"  antes de este menester matrimonial y saber de sus exigencias para no  meterse en un camino desconocido donde sólo en la entrega mutua, en la fidelidad, florece la perseverancia día con día.







Comentarios

Entradas populares de este blog

Cuando se acerca la muerte, y se piensa en el Purgatorio

La noche de las Perseidas, y san Lorenzo de Azoz

A veces se nos olvida que lo santos vivieron ---y viven--- en la tierra