A Noam Chomsky: si el materialismo entra en la vida del lenguaje, éste muere

Noam Chomsky ha ido enterrando casi a todos sus críticos. A punto de cumplir los 90 años, se ha movido  en los círculos lingüísticos del MIT y Harvard, después de su graduación de la Universidad de Pennsylvania en 1955. Las ciencias de las "tecnologías" le deben en su lenguaje, sin duda, las grandes aportaciones de su gramática.

¿Por qué viene a colación este personaje, cuando la mayoría de los lectores quizá no sabrá quién es ni está interesado en las cuestiones del lenguaje?

En el pensar, como en otros muchos campos opinables, cada quien deja su sello en el camino emprendido para entender y explicar su área de conocimiento. Hay, sin duda, muchas maneras, por ejemplo, de tratar los problemas del lenguaje, pero no todos dan cuenta cabal del mismo, como ocurre también con otras disciplinas del saber. El tema del lenguaje tiene muchas puertas, y se deben cerrar bien para no permitir al gato escaparse si de veras se le quiere estudiar. 

Por ejemplo, si Noam Chomsky concibe el lenguaje humano,  como "el producto  (o la producción) de descifrar un programa determinado por nuestros genes”, viene a añadir un punto de vista más a las intuiciones, ya desde Aristóteles, sobre el "entendimiento agente", capaz de emprender grandes conquistas. 

Aceptar en el estudio del lenguaje las premisas de lo "científico", a mediados del siglo pasado, es algo fascinante, si bien implicaba someterse a los rigores de la "contrastabilidad" (testability), exigida como una evidencia relativa para aceptar o refutar una proposición  a la luz de los datos obtenidos en una investigación de algo material. Por fin la "ciencia" venía a liberar al hombre de la presencia de un "orden inmaterial" en el origen de la palabra: el hombre puede ahora prescindir del alma a la hora de hablar.
Al reducir el lenguaje totalmente al orden material, se sugiere la presencia de un "algo" físico, en el "centro" de la biología del cerebro, y  el deber de  desarrollar una ciencia cognitiva. Es decir, la "producción" de la palabra, expresa por medio de un lenguaje, se reduce a un generar respuestas ya existentes en la mente humana de una manera creativa para "expresar ideas y pensamientos". Una visión teñida con matices del gran pensador francés René Descartes (1596-1650), famoso por su entimema "pienso, luego existo", desde el cual resulta imposible generar la palabra, elemento básico de cualquier lenguaje basado en la realidad si se quiere dotarla de sentido.

Así, de un plumazo, se han eliminado dos cosas: la realidad tal como es, y la vida del espíritu. La palabra, para un lingüista, aparece sin causas específicas; basta con que la necesidad y la convivencia reclamen una respuesta y, ese "órgano" de la mente, sito en algún lugar del cerebro, soltará uno de esos nombres o verbos aprendidos de la experiencia. 

Por fin, se ha instalado el materialismo en el corazón mismo del pensamiento, sin apenas dejar un resquicio a la formación de  conceptos en el entendimiento a partir de la realidad y su deslizarse a la palabra dicha como condición necesaria.

El materialismo de Noam Chomsky afecta, si bien el lo niega, también su posición en su activismo político de corte anarquista, más allá del lenguaje. Reducido todo a materia, ésta se puede moldear al propio gusto.

Y es que, aunque no se admita o se advierta, la palabra está al comienzo de todo: "En el principio era el verbo..." El materialismo mata el lenguaje.

A partir de ahí, se entiende la libertad en el lenguaje para elegir la palabra adecuada. Y la falta de libertad, al ahogar la presencia del espíritu, produce gramáticas aptas para un programa tecnológico.

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