¿Cómo buscar sin perder el tiempo y sin perderse?

Hace años ya. Los parientes de un niño de apenas diez años, quien solía pasar las vacaciones con ellos, lo mandaban a veces de noche  a la Venta cuando necesitaban de algún ingrediente  especial para preparar la cena.  La distancia, cercana a un kilómetro, en un camino de tierra completamente despoblado, como suelen serlo los andurriales entre pueblo y pueblo de aquella región, se llenaba de sombras y cantos entrecortados de grillos ruidosos bajo un cielo tachonado de estrellas.

Volver ahora al recuerdo de tales relatos, supone separar los miedos de aquel jovenzuelo
caminando en solitario, casi contando cada paso dado antes de llegar al puente del río, desde donde ya se veían más de cerca las luces de la Venta y,con sus reflejos,  se empezaban a diluir los temores.

El punto aquí se detiene en el recorrido. El niño, sin apenas nocion es de orientación, era capaz incluso de noche, de llegar al lugar pretendido. Había un camino. El fulgor de la luz de las estrellas servía para mantenerse en él, sin tropiezos. Entonces, para llegar a un punto determinado, se requiere conocer el camino.

En segundo lugar, se debe tener certeza de la verdad sobre ese punto de llegada. En este caso, la existencia de la Venta, ese lugar a donde se pretende arribar.

Por último, también se precisa la cooperación de ese lugar, la Venta, para satisfacer la necesidad en juego. Es decir, ese "ingrediente" buscado para la vida. 

De este cuento, sencillo, se puede pensar en ese designio creador de Dios para cada hombre: a sabiendas de que no vamos a estar solos, como aparentemente ocurre con el niño del cuento, a la hora de encaminarnos al fin de la vida. Debemos recordar que Jesús es el camino, la verdad y la vida. De esta manera se puede buscar sin perderse el fin propio.

Atender a las razones del corazón.