"Ser o no ser": lo arduo de "ser" vs. el declive de la "nada"





SER






Estamos viviendo momentos de confusión en todos los órdenes. Es cierto.

No se puede salir de esta situación de ambivalencia. Es falso.

Goethe, al final de sus días, gritaba en su lecho de muerte: "Más luz". Uno de los hombres más lúcidos de la historia, reclama la presencia de ese elemento necesario para discernir en el receptáculo de la conciencia y así poder emitir un juicio en ese momento definitivo, acuciado quizá, en el claroscuro de la fe, por la parte más oscura.

Por eso, decir ser o no ser, resulta más fácil decirlo que vivirlo, especialmente hoy, después de rendirle culto al relativismo, donde "nada es verdad, ni mentira", como diría el poeta Ramón de Campoamor. En el fondo, el relativismo trata de poner "el hombre como  la medida de todas las cosas" (Protágoras, 485 a. C.- 411 a. C. aproximadamente), una tradición que, si bien  nacida en Grecia, ha perdurado sin solución de continuidad, con más o menos ímpetu según las épocas y los lugares.



NADA




Este presencia del relativismo coincide con la gran ausencia de Dios en el seno de una cultura. Ser implica lucha por vivir de acuerdo a la naturaleza propia del hombre según la "imagen" de su creador. Cuando el "entretenimiento" del mundo desplaza con su atractivo el corazón del hombre  hacia su consumo inmoderado, entonces se siente satisfecho hasta cierto punto, hasta el punto en donde se requiere, como una droga, volver a satisfacer los apetitos en ese reclamo intermitente de difícil escapatoria.

La repetición de estos actos, por una parte, da la impresión de haber alcanzado en su clímax el culmen de la promesa diabólica: "seréis como dioses"; pero, por otra parte,  viene 
en seguida, la más gélida de las sensaciones: el hastío, donde no queda siquiera un resquicio para el amor porque, al centrarse uno en sí mismo hasta el límite, ya no queda lugar para la entrega al "otro".


De estas conductas protestan hoy las mujeres en el mundo ante los abusos a lo Wilders, aunque a juzgar por sus modales a la vista de todos, se pasean incitando a quien quiera ver, sin calibrar la hombría de bien residual en aquellos a quienes se ofrece la intimidad como una mercancía, sin pudor alguno.

De esta manera, la nada  se instala en como si fuera "algo", no siendo sino un abismal vacío, y el ser languidece sin remedio. Para volver a configurar la naturaleza humana según sus fines, se necesita ayuda y determinación personal. Esta lucha no es cosa de unos días, y, mientras se viva, se debe mantener cada quien en estado de vigilia.

Pero, al final, se hace la luz, y se mantiene el ser y se disipan las tinieblas de la nada.















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