Dios no está solo, porque es amor. Para el hombre, el amor es cuestión de querer y tiempo

Lo atractivo de Dios es el amor.

En un ser infinito, resulta incomprensible para nosotros distinguir su faceta más notable. Y debemos bajar entonces la mira de nuestro pensamiento de la mente al corazón.

Cuando decimos "la palabra del corazón" no es una metáfora, sino la manifestación del amor que pasa en busca del amado. Los amantes entienden bien esta "palabra".

La naturaleza de la palabra se desvirtúa fácilmente cuando se reduce a esa parte "dicha", sonora. Pero la palabra ha nacido mucho antes de proferirse. Se gesta en el silencio. Sin silencio, no hay palabra

La pretensión de la sonoridad en la palabra, introduce una dificultad adicional: la consideración del tiempo. La palabra dicha, se va diciendo. No se sitúa en el espacio abierto de un golpe: se va desarrollando la voz en el aparato fónico, capaz de articular sonidos diferenciados, poco a poco.

Pero la palabra en sí, se concibe intemporalmente, fuera también del espacio. Es la forma del pensamiento creador al "ver" la realidad. Si no hubiera cosas, no tendríamos qué decir. La palabra nace al confrontar la realidad con la inteligencia. Por eso, si bien los animales se pasean por la realidad, pero no la "ven" con la inteligencia, pues carecen de ella, pues no tienen conciencia de sí mismos. No saben de su principio ni de su fin. 

De su estado paseante, de deduce su carencia de libertad. Su desconocimiento de sí les impide concebir un fin, dado en la libertad por el amor. El amor busca al amado, primero en su interior. No tiene sentido buscar fuera de sí si no se sabe antes qué buscar.

Ese qué es lo visto antes por la inteligencia al contemplar las cosas, la realidad. De ese contacto, al conocer nace la palabra silenciosamente. Este proceso, intemporal, es inverso a la creación. En éste, la palabra inteligente personal se abre y las cosas son; en aquél, al abrigo de las cosas que ya son, nace la palabra.

La diferencia entre uno y otro proceso, siempre intemporales, radica en el amor, manifestación de la libertad creadora. En el momento creador, el amor genera las cosas pensadas, conocidas. En el momento humano, se espera el amor al conocer. Mientras el ser amor reclama la presencia del otro, manifestado en la creencia cristiana de la Trinidad, en el hombre, el otro ya está, pero se ignora si el amor falta. Aunque esté ahí.

Para el hombre, el amor es cuestión de querer, y de tiempo. Por eso hay quienes se quedan solos. Sin palabra.




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