La decepción de los premios Goya: vulgaridad sin fin


Actores de prestigio y quienes usan los festivales del cine para reivindicar fines distintos a los de este "séptimo arte".




Los premios Goya del cine español, han tocado fondo (esperemos).

Esta premiación nació hace 32 años como un reconocimiento al bien hacer de un producto final realizado por un equipo de personas, para contar  a unos receptores una historia con imágenes y sonido plasmados en un film, ese espacio  donde la luz se pone al servicio del tiempo.

Por tanto, este proceso es una comunicación en toda regla. Unos señores logran, mediante el trabajo en equipo, realizar una "película" por medio de unos actores cuya actuación se dirige a un público en potencia, generalmente desconocido.

Es  un arte, dicen quienes se decidan a esta actividad, profesionalmente o no. Como tal, la belleza debería formar parte de ese todo a transmitir. Es decir, ese producto, al verse, debería resultar en una experiencia agradable.

Pero, la belleza no se da en solitario. El proceso se convierte en una comunicación donde se espera llegar a alguien para contarle algo, por un medio original: el cine. Se espera entonces una verdad, cuyo destello es la belleza. En el caso del cine, la verdad no necesita ser la correspondencia con la realidad, basta contentarse con su verosimilitud

De esta manera, esta asociación de cabos sueltos, se convierte en un bien para quien recibe este relato por este medio fílmico. Y en una celebración de tal trabajo, se espera un resultado afín a estos ingredientes esenciales de lo celebrado: la verdad, el bien y la belleza.

Sin embargo, España es diferente. Se gastan millones durante años en una campaña sine die para empujar en el mercado la marca España, y se echa a perder en un santiamén. 

El mal gusto y el desprecio por el  talento, rondaron durante la presentación, adobados por  la pobreza de chispa, vulgaridad y falta de categoría de los "humoristas" de la ceremonia, Ernesto Sevilla y Joaquín Reyes: hacían llorar y daba vergüenza verlos en su salsa. No sabemos de dónde nace la relación de tales personajes con el cine, sus características ya mencionadas y la celebración. 

Los verdaderos personajes de talla, como Carlos Saura, como Conchita Velasco, por ejemplo, se limitaron a decir en sus alocuciones lo considerado como propio, donde el director de cine Saura se quejó elegantemente de llamar  "cabezón" al  busto de Goya dado como premio, pues él, dijo, era "aragonés", semejante al pintor de la casa real, nacido en la provincia zaragozana. 

Entre los asistentes, aislado, se encontraba, entre otros políticos (los ministros Méndez Vigo y Dolors Monserrat, la alcaldesa de Madrid Carmena,  el numero uno de Ciudadanos, Rivera, y el líder del partido Podemos, Iglesias, vestido de smoking en esta gala de premiación, quien jamás se ha puesto una corbata o una chaqueta en los días de trabajo en el Parlamento español, donde representa a una parte (más bien pequeña y menguando) del electorado y debe interactuar con otros delegados sobre los asuntos realmente importantes para los españoles en aras del bien común. 

En fin, es una pena ver este deterioro en este tipo de presentaciones, usadas con ademán altanero por unos cuantos como plataforma para "reivindicar" derechos sin más soporte "que  te lo digo yo", una chulería sin contenido desmerecedora del quienes sí, asistentes al acto, se toman el llamado "séptimo arte" en serio. Es decir, como un bien digno del público porque encierra de alguna manera una verdad, que da gusto verla porque está contada con elegancia.





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