Muerte de Dios, juego y desorden: decadencia de Occidente.

Hace apenas unos días, un magnate chino daba una conferencia en el prestigioso MIT, centro académico prestigioso de Boston. Al concluir su charla preguntó a los asistentes sobre cuál era lo más importante en la vida. Varios brazos se alzaron para dar casi la misma respuesta: "Ser millonario", dijeron. El hombre de negocios les miró con cierta sorna, y discrepó de esa respuesta. "Lo más importante, añadió, es ser multimillonario."

Pero ahí no acabó el intercambio de ideas. El magnate les volvió a preguntar por el "cómo" conseguir esa meta. Después del consiguiente toma y daca, el magnate oriental les  confesó: "El punto medular son los impuestos. Quiero decir, consiste en no pagarlos."

El auditorio del MIT no daba crédito. La afirmación parecía provenir de las hazañas fiscales recientes de Messi, Neymar o Ronaldo. No sólo ya no se tiene vergüenza de confesar ciertas acciones en público; por el contrario, se propone  el no pago de impuestos como una meta para conseguir el  fin de ser más rico, multimillonario.

Estas posturas desafiantes, nacidas del pozo hediondo de la corrupción, amenazan con llenarlo todo. Sin embargo, no nacieron ayer. Veamos.

El "desorden" se convirtió en  algo "vital" para el psicólogo suizo Jean Piaget, enterrando casi, durante pleno siglo XX,  la tradición milenaria de  virtud, centrada en el "orden". Friedrich Nietzsche, alemán, al alumbrar su noción de  la "muerte de Dios" falleció, paradójicamente,  al clarear el siglo pasado, y con su idea privó al hombre, ya sin diversión posible,  de un horizonte con trascendencia. Pero además, medio siglo más tarde, Ludwig Wittgenstein, filósofo austriaco en Cambridge, concibió el lenguaje como un "juego", sin verdad ni mentira; no en vano, después de la II Guerra Mundial, se fue alimentando la idea de concebir cualquier actividad humana como susceptible de albergar en sí misma el "entretenimiento" como algo necesario, aun en medio del trabajo diario, en el salón de clase, o estando incluso en  compañía de alguien.

De esta manera, la noción de desorden,  la insistencia en la muerte de Dios, y el planteamiento de la vida como un  juego forman, sin proponérselo,  una especie de  herencia intelectual recibida de señalados  pensadores. Parece más bien una saga, continuación del cuento  Barón de Munchausen, escrito en 1785, donde el personaje podía salir de una ciénaga estirándose  de sus  cabellos.


Se ha perdido la orientación al suprimir al Creador del horizonte de la vida. Se pierde el sentido al desechar como contradicción, lo paradójico.

Por ejemplo, cuando se asiste al sacrificio de la Misa, se presencia una muerte verdadera, la del hijo de Dios (muerte de Dios). Sin embargo, se debe añadir, en ese mismo instante se produce la victoria más grande, inimaginable, de la historia del hombre: la derrota del pecado.  El pecado deja de atenazar al género humano por medio de esa muerte redentora. Sin ella, todavía permaneceríamos en la oscuridad de la esclavitud eterna. Y se anuncia además la victoria sobre la muerte.

Entonces, en la Misa se está produciendo una paradoja.  El sinsentido de la muerte cobra esplendor ante su significado redentor. Muerte y vida se alimentan mutuamente. Ratzinger, por ejemplo,  no habla de "contradicciones" en la vida; prefiere llamar paradoja a esos sucesos incomprensibles para nosotros, dada lo limitado de la condición humana.

Afirmar la vida en el momento de un sacrificio humano llevado hasta muerte, perdonando al verdugo, resuena como un eco de las sentencias evangélicas donde se nos advierte: "El que quiera conservar su vida, la perderá". Quizá este sea el punto de quiebre para muchos a la hora de aceptar y vivir el cristianismo, siempre incorporado al perdón.

De ahí el conveniente punto de vista para Piaget de calificar el "desorden" como algo "vital" (para él), donde descubre la  "acomodación" y la "asimilación" como conceptos explicativos clave de su teoría sobre el desarrollo cognitivo humano. Cuando se ven las fotografías de Piaget tumbado en medio del "desorden" se sus descomunales estanterías de libros, se antoja pensar que la "asimilación" inicial de su teoría no está a la espera de un "acomodamiento" posterior, más lento en producirse. De ahí el aparente "desorden" en sus cosas, donde no faltan "científicos" quienes ven en ello la causa de la "creatividad".

En muchos casos hoy, ni siquiera se da el primer momento del proceso: el de la "asimilación". El aburrimiento llena de vacío el alma de tantos jóvenes (y no tan jóvenes) y se desdibuja el fin del hombre, "hecho para trabajar", y así, mediante el trabajo, con obras, alcanzar la felicidad.

Se quiere buscar la felicidad, pero sin trabajo, o sin trabajar mucho. La paradoja del trabajo para ser feliz no se entiende: se ve como "contradicción". Y es natural, cuando se vive "como si Dios (el fin) hubiera muerto", como si toda la Escritura no fuera más que un juego del lenguaje (aunque se pueda "jugar" con ella).



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