Lourdes y Ars: fuentes de esperanza




El santo cura de Ars, Juan Bautista María Vianney (1786-1859).




La virgen María se apareció en Lourdes, un pueblo francés de 15 mil habitantes, en 1858, a una jovencita de 14 años, Bernadette. Un año después, fallecería en Ars, un pueblo de la provincia de Lyon de apenas 250 habitantes, Juan Bautista María Vianney, su párroco durante más de cuatro décadas, cuya fiesta se celebra hoy, 4 de agosto.

Sin duda, el Señor elige a los "pequeños" de este mundo para realizar grandes cosas. De esta manera se percibe la autoría divina de tantas obras comenzadas sin recurso alguno, ni material ni humano, para lograr sus fines.

Es decir, a Dios no le hacemos ninguna falta. "Para Dios ni hay imposibles". Pero nuestro creador ha querido contar con el hombre para conseguir lo "imposible". La "pequeñez" cantada por María de sí misma, va a albergar a quien no cabe en la creación entera.

Lo máximo en lo mínimo. Este epíteto marca las obras de Dios. En el pueblecito de Ars, sin un sacerdote desde hacía un par de décadas, Europa entera vendrá a rendirse a los pies de su párroco para confesarse. En ese pueblito, su párroco confesará diariamente durante más de diez horas. Hoy, en muchos lugares, los confesionarios se han descontinuado o los sacerdotes, tan ocupados como están en cosas más importantes, no tienen tiempo para impartir al sacramento de la confesión, a sabiendas de que sólo ellos, los sacerdotes, tienen el poder de perdonar los pecados, el primer poder sublime conferido a los apóstoles  por Jesús después de su Resurrección.

El cura de Ars revolucionó el mundo en su tiempo desde su confesionario. Asimismo, una francesita contemporánea del párroco de Ars, con su piedad mariana, ha logrado la peregrinación anual de 8 millones de personas a ese lugar. Sin duda, María ha hecho "cosas grandes" con el pueblo de Francia.

Si nos olvidamos de los "grandes" sacramentos de la Iglesia, la confesión y la eucaristía, sin duda hemos perdido el norte de nuestra vida. Estos sacramentos, después de recibir el bautismo, abren las puertas del cielo, fin verdadero y único de todo hombre venido a este mundo.

El condicionamiento cultural acaba afectando el curso de la vida humana. Sólo hay "una cosa necesaria" de entre todas las ocupaciones, y los sacerdotes, de manera especial, deben procurar por todos los medios, facilitar ese fin del hombre. Parecería iluso pregonar tales consejos en nuestros días, pero se ha perdido, como decíamos, el norte de la vida.

De aquí las importancia de conmemorar la vida de estos hombres, poca cosa en sí mismos, pero grandes porque dejaron obrar a Dios, según su voluntad.









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