Lo que espera el "mundo" no coincide con lo que se cree ("fe").

Se ha hablado de diálogo hasta en la sopa. Desde Platón en adelante no queda mal echar una parrafada sobre este asunto. Quizá se advierte su carencia a la hora de la verdad, y quienes deberían analizar y proponer alternativas, ya van a las grandes logias y parlamentos de la política, de lo social, de lo cultural,  con la tarea hecha, y se dedican a imponer sus puntos de vista en vez de entrar en el camino del diálogo por la puerta de la escucha.

Obrar de esta manera supone un "abuso". Se explota  y se instrumentaliza la vía "democrática" en favor de los vaivenes ideológicos en turno sin pretender llegar a ninguna parte, excepto descarrilar el tren del bien común o impedir su marcha. Así, al enrarecer el futuro, se debilita la esperanza.

Cuando se habla de un "proceso de mejora",  en la vida personal y en la de los pueblos y sus relaciones se cuestiona siempre su "velocidad". Se puede ir más deprisa. Pero se desconoce el porqué.

No solemos fijarnos en las demandas.El mundo pretende incubar en cada uno el eslogan: "El fin justifica los medios". Porque me gusta, porque me parece bien, porque así hace todo el mundo, porque si no sería imposible, son algunos de los disfraces usados para hacer lo que nos conviene, con mucho o poco esfuerzo. Por ejemplo, así se justifica la eutanasia: una vida de dolor, de privaciones o discapacidad no vale la pena. Se consigue un bien aparente a costa de la vida. Pero, sin el don de la vida no se puede recibir bien alguno.

Nunca es lícito hacer un mal para conseguir un bien. Hay, sin embargo, males "parciales", proporcionales, como sería el caso de una cirugía, permitidos para salvar al paciente de un mal mayor, como sería la muerte. También, para salvar la vida, se puede robar, en sí mismo un mal, con el fin de procurar un alimento para mantener la salud.

Pero las ofertas del mundo han perdido de vista la trascendencia del hombre, es decir, la fe.  El trabajo, la enfermedad, el dar a luz a los hijos, son todos males contribuyentes a producir bienes de incalculable valor, si se ve el sufrimiento de la vida  asociado a la Redención de Cristo. No en vano la señal del cristiano sigue siendo la cruz.

Esta forma de ver las cosas se opone radicalmente a las propuestas del mundo. Por eso el "proceso de mejora" parece empantanado. No se avanza cuando la mira de quienes siguen las propuestas mundanas consistentes en "tener" (felicidad en la tierra a cualquier precio) se enfrentan a la visión contraria: "ser" con obras de acuerdo a nuestra "llamada" personal (de qué te sirve ganar el mundo su pierdes tu alma).

Lejos de maltratar al hombre, la visión del "ser" produce una alegría sin límites y es camino posible para todos. El cristianismo comienza por las palabras del ángel a María: "Alégrate", porque ahora la santidad va a ser posible, con la venida del Hijo a la tierra.

Por eso a María se le dice: Causa de nuestra alegría. Al aceptar ser la Madre del Salvador, desaparecen las malaventuras de este mundo, si no apartamos la vista de ese fin propuesto para el hombre, cada uno de los hombres,  desde el principio.

La felicidad consiste en la unión con Dios, no en la posesión de cosas. Por eso quienes lloran aquí, serán felices. Es una promesa paradójica, mas no contradictoria.




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