El hombre es bueno, a pesar de los pesares.

Ya se ha convertido en lugar común ver cómo el hombre extermina al hombre,  haciendo verdad aquella ya famosa frase de Plauto (254-184 A. C.)  El hombre es un lobo para el hombre, si bien la popularizó el pensador inglés Thomas Hobbes (1588-1679).

El hombre no es malo. Creado por Dios, a su imagen, contempló  al final de la semana de trabajos, el resultado final de su obra como algo bueno, y,  refiriéndose específicamente al hombre, vio que era muy bueno.

Sin embargo, son muchas las voces dedicadas hoy, especialmente, a airear lo contrario, y, entre ellas, sobresale la de Simone de Beauvoir.

El hecho de la transgresión del Paraíso, no convierte al hombre en algo malo. Solamente, a partir de ese momento, hacer el bien le va a costar más, pues debe vencer continuamente la seducción del mundo, del demonio y de la concupiscencia de la carne, alentadas de continuo por la soberbia de la vida. 

Por tanto, ser hombre es bueno, y debemos aprender y enseñar a agradecer el don de la vida.

Ahora la tecnología nos sorprende a diario con su presencia en mil facetas novedosas. Está bien, Pero esta tecnología no nos va a hacer el bien. El dominio de sí mismo, el control de las pasiones, el recto uso de la libertad, no pasa por las programaciones tecnológicas.

Para conseguir ese dominio capaz de ejercer el bien, se requiere de saber la altísima dignidad del hombre, de todo hombre, y de vivir de acuerdo con esa llamada a la perfección humana. Ese entrenamiento diario pasa por el corazón, y debe ser este corazón capaz, mediante el entrenamiento, de dirigir todas las acciones al amor a Dios y a los demás.

Por lo tanto, el hombre es bueno. Hacer el bien, le cuesta. Y la técnica por sí sola no va a ser suficiente para actuar bien, y poder llegar al fin propio de cada uno.

Para cambiar el mundo, hacer, cada día, algo bueno. (Hacer el mal, no cambia el mundo: lo destruye, como propone, por ejemplo, y vemos sus secuelas, el marxismo con su imparable "lucha de clases").