La palabra bien entendida nace del silencio

La palabra es silencio. Nace del silencio.

¿Paradoja? No. Nace la palabra del silencio y a él nos encamina. Pero hay mucho ruido, en exceso. Por eso palabra nace a veces atropelladamente.

La inteligencia respecto a las cosas viene a ser como el libar de las abejas. Estas se acercan a las flores, porque están ahí, antes de que las abejas existieran. Si no hubiera flores, las abejas no podrían subsistir. Exploran la realidad de su entorno sin dañarla. Liban, sin apoyarse casi en la flor, el néctar, manjar de dioses. Y lo transforman, silenciosamente, en algo  distinto y sabroso: la miel.

Esa miel es la esencia de las cosas de donde proviene, y sabe a ellas. Se mueve a placer en parajes de álamos, castaños, abetos, sauces, pinos y abedules.

Luego, las abejas depositan la miel en un panal de cera, miles de celdillas hexagonales construidas, geométricamente perfectas, en silencio. La miel así dispuesta es el bien común del enjambre. Ninguna de las abejas queda sin alimento. Toma cada una lo necesario para seguir trabajando, en silencio, durante una vida aproximada de 45 días, con excepción de la reina, cuya vida alcanza los 5 años.

La reina del enjambre no da órdenes porque cada abeja sabe su quehacer, y, oculta, después de ser apareada por el zángano, contribuye con la puesta de miles de huevos a la riqueza del panal. Es el futuro. La vida y la riqueza del enjambre depende de la fecundidad de la reina, que no da gritos, en silencio.

Algo así ocurre con la palabra. Si no hubiera cosas, no habría de qué hablar. La inteligencia avista fijándose en una cosa real y lame, sin tocar siquiera, con el alcance de su percepción, aquella realidad. En silencio. Bueno, en silencio debería ser, pero no siempre se logra. Por tanto, la impresión conceptual dejada por la cosa en la inteligencia, se altera por los ruidos del ambiente y los provenientes del alma, y se desdibuja.

Deja entonces la palabra su sabor a las cosas para impregnarse de sabores personales íntimos, cultivo de ideas  y pasiones incontroladas provenientes de vericuetos y canales humanos ajenos a la realidad.

La percepción de la realidad no siempre se gesta en silencio. A veces el ruido es externo, pero, también a veces, proviene de inquietudes internas.  El silencio, como en el claustro materno, contempla la concepción.

Como la realidad es buena, así debería serlo también la palabra gestada referida a ella: dulce como la miel. La jalea se obtiene por unos pocos, las reinas, capaces de llegar a la esencia de las cosas. Sirve entonces para el bien común, depositada en el acervo heredado con indicaciones de mejora, si fuera posible. Nada para engallarse. Se recibe gratis, y gratis se deja como regalo para gozo de los demás, que, al percibir esa palabra,  siempre original y nueva, les recordará la belleza, la verdad, de las cosas de ahí afuera.

De cualquier manera, el depósito de ese bien cultural en la red de palabras contribuye a conservar el hábitat del lugar, si, y solamente si, hay receptores suficientes, engendrados por la familia humana para preservar la especie.

Si no, al faltar la vida, un alguien ahí,  la palabra se pierde, se extingue en un vacío de sentido, sin futuro. Pero este silencio es de muerte, contrario al que rodea la vida.







Comentarios

Entradas populares de este blog

Cuando se acerca la muerte, y se piensa en el Purgatorio

La noche de las Perseidas, y san Lorenzo de Azoz

A veces se nos olvida que lo santos vivieron ---y viven--- en la tierra