¿Tiene sentido la violencia?









Viktor E. Frankl, psiquiatra, fundador de la tercera escuela vienesa de psicoterapia, padre de la logoterapia,  nos recuerda en uno de sus múltiples escritos que el sentido no es algo que pueda ser dado, sino buscado. A cada situación de la vida le corresponde "un solo sentido, que es el único verdadero".

Hoy nos encontramos con la proliferación de la violencia en todo el mundo. Cualquier motivo es válido para ejecutar un acto violento. Entonces, ¿cómo hemos de entender el sentido de la violencia, si es que lo tiene?

La misión de la conciencia, según el mismo Frankl, es descubrir al hombre "lo uno necesario", que se resuelve en la forma de juicio práctico, individual: esto es, o esto no es. Por ejemplo, dar limosna a un pobre es bueno. ¿Pero qué ocurre en el caso del pobre cuando sabemos que usa las limosnas para comprar droga? ¿Es bueno darle entonces una limosna? Asimismo, la violencia de los grupos radicales islamistas en nombre de la religión, ¿es algo bueno? En principio, la religión es buena, pero el actuar, no puede someterse a la religión en general, sino a la conciencia, el "órgano del sentido" para V. Frankl.

Es la conciencia la que nos dice de la bondad o maldad de nuestros actos. Y esto es así, no porque viene de una región "inconsciente", según Frankl  (que en esto sigue a su maestro Freud), sino porque parte de la ley natural, que nos apremia a hacer el bien y nos reprocha cuando el acto realizado no concuerda con esa ley natural.  Nadie viene al mundo como tabula rasa, sin un protocolo para el usuario, como tampoco ocurre cuando se compra una prenda o un coche.

Pero, y aquí esta el punto fino: No sólo debemos seguir la conciencia, sino que debemos formarla con anticipación. Por muchas razones, los principios naturales de la conciencia se pueden ir disolviendo. Peo la obligación de cada quien es devolverles su legibilidad originaria. No se debe actuar con conciencia dudosa.

Ya hemos dado un paso en este recorrido, equiparando la noción de sentido con bueno. En principio, sin embargo, al sentido  le conviene la noción de verdad. La noción de bien o bueno, es propia de un acto concreto, particular.

De este modo, un acto violento cae dentro de las conductas, y como tal (no hay actos indiferentes) debe anticiparse en su justo valor, y abstenerse cuando se trata de infligir un daño a otro. No hay ningún "dios" que permita o aliente la conducta dañina para los demás (ni tampoco para sí).

Lo que está ocurriendo en la actualidad es el despojo del sentido objetivo de un acto y su substitución por un sentido subjetivo. No hay tal sentido subjetivo porque nunca el sentido puede ser producido. El sentido debe ser buscado, encontrado en la realidad de las cosas. Así nos lo recuerda en su Metafísica Aristóteles desde hace dos mil trescientos años, para no desanimarse en la búsqueda del sentido único de las cosas en una situación.

Por eso la violencia no tiene nunca sentido. Escudarse tras la religión no hace sino convertirla en un mal todavía mayor, porque a religión alguna le atañe esta adjudicación malintencionada. Tal como ocurre con el término yihad, para quienes se ensañan con la violencia definen el término como lucha santa; para los musulmanes corrientes, el concepto se aplica a la "lucha interior por acercarse a Dios".

















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