El marxismo acecha de nuevo a Méjico





Federico Engels y Carlos Marx.



No ha mucho tiempo, un veterano candidato a las elecciones presidenciales de Méjico, espetaba lo siguiente: "Muy pronto, habrá una rebelión en la granja y se acabará con la corrupción y la violencia. Tendremos producción, trabajo y bienestar para todos".

Si duda, las intenciones del señor López Obrador son buenas. Pero, como es sabido, el infierno está lleno de buenas intenciones. 


Andrés Manuel López Obrador.


La paternidad de estas ideas, hay que rastrearlas en los escritos de los primeros tiempos de Marx, cuando, al dirigirse a sus seguidores, les animaba así, al describirles lo que sería su vida futura, si seguían sus lineamientos: "A la mañana a pescar; al mediodía a comer en familia; después de echar la siesta, dar un paseo por el bosque; y, al atardecer, recogerse para saborear la cena y escuchar, junto al fogón, las incidencias del día".

Por supuesto, los países que establecieron los principios marxistas, después de purgas millonarias (por ejemplo, 8 millones en Rusia, 70 millones en China) comprobaron cómo se esfumaba la libertad y, con ella, la posibilidad de encontrar en la religión la verdad del hombre y su verdadero fin, un bien imposible de detectar sólo con las premisas materiales. Se había cambiado la herencia inscrita en estos principios por un plato de lentejas, que además nunca acaba de llegar, como en los ejemplos actuales de Cuba y Venezuela.

Palabras más o menos, este es el futuro prometido por este candidato eterno de la radical izquierda de Méjico. La pena es que lleva años sin trabajar, y cuando ocupó el tan ansiado poder en la hoy llamada "Ciudad de México", puso los andamios para convertir la ciudad en un caos, del que hoy todavía se lamentan quienes en ella viven.

Predicar, no equivale a dar trigo, señor Marx.

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