¿Matrimonio homosexual? Ojo con los magistrados: ahí está el detalle





Él  es Jenna Talackova,  representante en el certamen Miss Universo Canadá de la ciudad de Toronto en 2012: él fue descalificado por no ser naturalmente una mujer. Pero este criterio de lo natural no se aplica, por ejemplo, en el caso del matrimonio.




Marchas, declaraciones, protestas... pero el matrimonio homosexual se va instalando en los diferentes países.

Da la impresión de que no se le está dando al clavo. Ni la calle ni las leyes esconden el secreto de las legislaciones.

El punto está en los magistrados de los tribunales de justicia. Como las constituciones de los países se limitaban a decir que le matrimonio consistía en la unión de una hombre y una mujer, convenía abrir una ruta de acceso al matrimonio homosexual para llegar a la cumbre de las legislaciones vigentes, horadando así este principio natural.

¿El camino? Lograr que los legisladores supremos compraran la idea de la igualdad de género. Da igual una cosa que otra. Un hombre que una mujer. Al fin y al cabo, en tiempos de relativismo rampante todo se puede aprobar. Por consiguiente, la unión entre personas del mismo sexo tiene el mismo derecho a considerarse tan legal como la unión natural entre un hombre y una mujer.

Los magistrados han asimilado esta idea. Y los magistrados de la Suprema Corte se nombran, generalmente, por el presidente del país. Por tanto, si se quiere revertir la ley que permite el matrimonio homosexual, deben ver a quién eligen de presidente y qué piensa la respecto del matrimonio natural.

El tan repetido eslogan de la izquierda mundial no cesa:   la igualdad consiste en no respetar las diferencias naturales. Sin embargo, cuando la ley se ciñe a una diferencia natural no se violenta ningún derecho; al contrario, se afirma la valía de las diferencias tal como han sido dadas desde el principio.

Quienes no quieren oír que lo que Dios ha querido unir para constituir el matrimonio ha sido un hombre y  una mujer (porque el género neutro sólo se daba en la gramática) significa el haber tomado una decisión por su cuenta sin contar con el plan divino, y, a partir de ahí, quieren "recrear" el mundo a su imagen y semejanza (aunque Dios exista). Esta historia es tan  vieja como la de Eva y el "ponerse los moños" de diosa.

Ahora bien, los seguidores trasnochados de la Beauvoir, la escuela inaugurada por la Simone de Beauvoir después de la II Guerra Mundial, han ido extendiendo la noción elástica de "género sexual", según el  querer de cada individuo, no siguiendo la naturaleza. 

Entonces el sexo de una persona viene a ser el resultado de la evolución de la voluntad, que, como niño caprichoso elige lo que quiere y no quiere ser,  de acuerdo con el talante del sujeto en un momento determinado. 

Estos pensadores avanzados no respetan siquiera el paradigma impuesto por Darwin a los científicos, el de la evolución absoluta sin sujetarse a las pruebas exigidas por la ciencia para refutar una proposición. Por ejemplo, no se ha mostrado un solo caso de "evolución reciente"; siempre se remontan las pruebas a millones y millones de años en el pasado. De cualquier forma, el sexo estaba siempre bien determinado, y los antropólogos "finos" son capaces de definir hoy mediante  el ADN, quién es quién, hombre o mujer, aunque hayan pasado miles de años. Ahora el género depende de la voluntad omnímoda del sujeto

Pero si concedemos, sin consentir, que cada quien puede elegir parecer como se le antoje dejen, por favor, de llamar matrimonio a lo que no lo es, como es el caso de un magistrado muy "pesado" de la Suprema Corte mejicana, el señor José Ramón Cossío, entre otros, dispuestos a pasarse por el triángulo de "Escarpio" la ciencia, la religión y el querer de los ciudadanos. Es el relativismo aplicado

En efecto, cuando la Constitución no lo dice así, ahora se legisla  sobre los "motivos" de una evolución caprichosa, no incluidos en la Constitución, aunque al hacerlo se carguen los principios: "Justo es, si lo paga el vulgo, hablarle en necio para darle gusto". Este viene a ser el principio de la postmodernidad inventado para los magistrados en turno.

Pónganle otro nombre al invento, señores, pero no lo llamen matrimonio porque confunde a los que siguen los dictados de la ley natural. Tengan un  poco de imaginación, y no sean pelmazos tratando de llamar de la misma manera a lo que ustedes saben que  es distinto, por mucho que en su casa usen los mismos baños o servicios higiénicos.

La  verdad es la verdad, lo diga Agamenón o su porquero, diría Machado. Y, ¡ojo con los magistrados!









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