¿Unión? europea: Volver a Schuman para avanzar

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    Todas las cosas buenas de la vida,  y después de ella, convergen en la unidad. Su opuesto, la separación, conveniente a veces, es siempre un mal.

    El modo de ensamblar la diversidad es el amor. Nunca es tarea fácil y jamás ocurre por real decreto. Se da en el tiempo, y también cuando el tiempo acaba, si quienes conviven en él lo supieron ejercer.

    Europa, en su nacimiento, difícil de alumbrar debido a los miedos a perder los privilegios nacionales, se compromete en un Tratado, el de Roma, en 1957, a crear la Comunidad Económica Europea.

    Pero el "Padre de Europa", Robert Schuman, sabe que la idea de Europa nace a partir de una "civlización común", por muy diferentes que sean sus "culturas", surgidas del universo "judío-cristiano" y "greco-latino", mezcla de aceptar la realidad de un Dios único que crea al hombre a su imagen, base de la dignidad humana, y del poder del pensamiento a la hora de establecer diálogos fructíferos en los planteamientos para una  "comunidad de destino", en donde la visión de Schuman albergaba también esa "importante minoría" de religión islámica.

    En efecto, la idea de Schuman permite la convivencia de quienes, sin dejar de ser lo que se  es se unen para lograr un "destino" en comunión. Las diferencias se reconcilian para convivir en el ir haciendo ese destino solidaria y democráticamente, sin fusiones igualitarias que conduzcan a borrar la identidad de los pueblos, su tradición y cultura.

    Y el peso de todo este recorrido cae, sin duda, en los cristianos, pues, por vocación ineludible, deben realizar sus tareas "para la edificación del Reino de Dios en la tierra", mantendrá Robert Schuman una y otra vez.

    Aunque siempre mantuvo la idea de un ejercito europeo, que se alejara de las monstruosidades recién vividas por la imposición de la fuerza hegemónica de uno solo, la paz no se lograría mediante el diálogo de los cañones, sino del imperio de la razón dialogante,  a la que se somete el dictado de la fuerza, guardiana de los valores reinantes.

    Hoy, la Unión Europea vacila a la hora de seguir la construcción de su destino histórico. La fuerza parece congregar más que la razón,  titubeante ante las amenazas por el miedo, que se cuela por la rendijas de la división, nacidas de haber reducido la idea de Europa a una dimensión puramente económica.

    Es en este reduccionismo hacia lo material, donde se ha perdido la raíz espiritual de Europa, se ha cambiado la posibilidad del amor por un plato de lentejas. Se ha perdido la incipiente unidad, ante la amenaza nacida de la división, que es el nombre de lo diabólico.

    Esto ya no produce asombro, como solía, primer paso para el aprendizaje.












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