Pasarela de estreñidos



La entrada es cara. Se trata de un desfile de moda. El silencio en la penumbra se rompe por un ritmo zurrido de discoteca. Una fila de estreñidas, contorsionándose al tratar de pisar la marca dejada por el pie derecho con el izquierdo, avanzan, de una en una, entre dos hileras de asientos íntimamente unidos, sin separación, donde hombres y mujeres, asisten sin  quitar el ojo de las bragas que enseñan las modelos al aire o a través de prendas translúcidas, o las poses despeinadas del desfile de muchachos. 


Las caras de las modelos parecen de otro mundo; van como idas, drogadas. El rictus de sus facciones huesudas no da lugar  siquiera a una sonrisa. Prohibido sonreir. Pelos pintados y taconeo incesante amueblan el recinto donde se ejecuta el desfile, a paso redoblado, de una nueva moda. 

Nadie se cree lo de nuevo moda; no puede ser. Pero se ha creado un mundo de ultratumba, proyección de las cabezas de diseñadores y productores hambrientos de publicidad y fama, atractivo para quienes olisquean esos ambientes acondicionado para expertos en trasuntos íntimos. 

Todo es artificio, calculado hasta la milésima. Los jóvenes se echan a perder en la trastienda de estas pasarelas. Dejan todo, desde la adolescencia, para lograr la oportunidad de desfilar con un modisto o modista de fama. Como en el fútbol, hay oteadores de talentos para esta actividad de moda tan de moda.


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