Domar al demonio, que divide. Hasta Rusia con amor.

Los humores de la división recorren la tierra. Nadie está contento con lo que tiene. Nadie quiere obedecer a otro. La inquietud vaga por doquier, por parajes inhóspitos. La opulencia reina sobre la miseria, ilimitada. La sabiduría se estanca en lo relativo, contemplando logros de hace 100 años. La verdad, aburre. Resulta imposible verificar la información publicada debido a la alta tasa de su producción. El entretenimiento quiere penetrarlo todo. El lema dolce far niente revolotea como atractivo pájaro de mil colores desde la juventud  hasta la ancianidad en tantas cabezas. El atractivo de lo sensorial sin cortapisas ocupa los primeros planos bajo la "marca" de arte, sometiendo a cualquier brote de espiritualidad en su seno abismal. Las ventas se disparan a placer gracias a planes diseñados por expertos en las sociedades  capitalistas y  materialistas por igual, entre quienes, ávidos de consumo, esperan unos recortes al precio de las mercancías, para colmar sus deseos de posesión. Atrae la posibilidad de vida extraterrestre,  aunque cueste cientos de miles de millones su búsqueda, mientras se menosprecia y elimina la vida real de nuestro planeta. El ruido abunda; el silencio escasea y resulta intolerable. El misterio desaparece, gracias a la ciencia y a la tecnología. La fe, se apaga. El amor se confunde. Y el desaliento suplanta a la esperanza.  


El panorama resultante de  estas actividades se interpone a todas luces con el bien común. Los demonios sirven para inquietar el corazón humano, inmerso en un activismo infrenable. Según Stefan Zweig, unos de los mejores ensayistas del siglo XX, el demonio es "ese fermento atormentador y convulso que empuja al ser, por lo demás tranquilo, hacia todo lo peligroso, hacia el exceso, al éxtasis, a la renunciación y hasta la anulación de sí mismo".

El Evangelio lo define en una línea: "Padre de la mentira". 

Zweig se atrevió a escribir un ensayo estupendo sobre La lucha contra el demonio al tratar de las vidas de tres poetas y pensadores alemanes: Hölderlin, Kleist y Nietzsche, que de alguna manera sucumben a las fuerzas demoníacas, destrozando sus vidas y, en algún caso, llegando hasta el suicidio.

Quién iba a esperar, que este hombre brillante, de poderosa mente,  Zweig, capaz de analizar los recovecos del alma por donde los demonios circulan, iba a seguir los pasos de sus admirados poetas en sus luchas demoníacas hasta el suicidio, en Brasil, lejos de su tierra austriaca, arrastrando en su escape, a su compañera de exilio, tal como lo hizo otro austríaco, Hitler, de cuya locura huía. 

La seducción consiste en  "engañar con arte y maña", poniendo lo ficticio en lugar de lo real. Las apretadas líneas del inicio, son parte de este engaño demoníaco, para el que no adjunto fotografías. Basta mirar alrededor.

Toda esta carga sinsentido viaja en un tren de alta velocidad. No se vislumbra estación alguna en las cercanías. Sólo la fe puede domar esta carrera. En fin, al demonio no se le puede domar: hay que echarlo.






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