Para siempre: el amor en el matrimonio

Ut semper! Para siempre. Así, con estas palabras en latín, se despidió de mí Jêrome Lèjeune en la dedicatoria estampada en uno de sus libros, que guardo como una reliquia. No sabía entonces que poco después iba a morir.

Juan Pablo II, al llegar a París en su primera visita, antes que nada visitó la tumba de Lèjeune y oró ante quien había sido un valiente defensor de la vida y de la familia, y acababa de fallecer. La causa de su proceso de beatificación de este brillante genetista que descubrió el síndrome Down, está incoada.

Hoy nadie se atreve a decir "para siempre", unas palabras que a santa Teresa de Ávila le gustaba repetir, paladeando ya el cielo en la tierra. 

Estas dos palabras se pronuncian por primera vez en la historia del hombre, cuando Dios señala con una sola, la unidad, como esencia del amor, al que se le inquieta con lo no perdurable (Gn 2, 24; 1 Cor 7, 10-11).

De esta manera visto, el para siempre reviste el traje del amor, un regalo omnipresente del cariño de Dios por el hombre, por cada uno de ellos.

A dónde hemos llegado entonces, que se pretenda poner hoy en orden la familia y el matrimonio que la funda, echando por la borda el amor, al arrojar el "oneroso" yugo de la indisolubilidad, que es su vida de unión, la posibilidad de amar. Se quiere vivir more conuigali  con personas que no son el propio cónyuge, como apunta el cardenal Caffarra, arzobspo de Bolonia.

Lo que en sí es intrínsicamente malo, no se puede negociar bajo la ley de la gradualidad. Lo malo nada de bueno tiene; por tanto, el salto entre el bien y el mal no admite gradación.

No hay un puente que permita dar la felicidad a quien no quiere saber de la verdad del para siempre en el matrimonio. 

Así, la amistad que Jêrome Lèjeune me brindaba, como una forma del amor, se constataba en su gesto natural, nada artificioso, al escribir Ut semper!


Comentarios

Entradas populares de este blog

Cuando se acerca la muerte, y se piensa en el Purgatorio

La noche de las Perseidas, y san Lorenzo de Azoz

A veces se nos olvida que lo santos vivieron ---y viven--- en la tierra