La nostalgia del Edén: la familia

Ya no necesitamos a Dios. El hombre a encontrado la manera de engendrar hijos cuando le viene bien, sin más preámbulos.

El problema del divorcio es el matrimonio. Eliminando a Dios, se olvidan las palabras originales al aparecer el hombre sobre la tierra. Desaparece el vínculo con el ser que nos crea, y la santidad de tal asociación. 

Ahora puede uno ser lo que quiera. La persona cambia constantemente. El yo de hora no es el mismo con quien contraje un compromiso. El ser hombre o mujer es parte del libre albedrío. 

La voz divina que nos recuerda ser hombre o mujer, para que unidos íntimamente en la aceptación del plan de Dios, permanezcamos en esa unión para siempre, por fin se ha tirado ya por la borda. Ya vale de ataduras dictadas por las creencias. Yo creo lo que quiero creer. 

La verdad,  orgullosamente estampada por la Universidad de Harvard en su encudo, diseñado en 1643, esa veritas  se puede sustituir hoy por opinion; al fin y al cabo tienen ambas expresiones el mismo número de letras. Y de esta manera se da cabida a todos, sin imponer nada a nadie.

El orden inicial, cosmos, fundado por Dios en su unión con la familia, sus creaturas, hoy ya no se requiere. No importa que veamos desmoronarse las piezas de esa familia artificial inventada por el hombre, recambiable a placer, en consensos exprés consensuados por los hombres. Lo conveniente es que la unión y la separación sean rápidas y no produzcan dolor, aparentemente.

Si la familia es algo entre tres, al sacar a uno de ellos de esa convivencia, la estructura se desmorona. Eso le pasa a la familia hechiza de hoy. Y aunque sea una ruina, los oteadores de negicio han encontrado la manera de hacer redituable tanto el unirse como el separarse. Las Vegas nos dio el ejmplo; ahora sólo debemos seguir las indicaciones del libreto.

Hay que tener misericordia, dicen; facilitar las cosas; no imponer nada. Pero resulta imposible, sin verdad (veritas), tener misericordia. Entonces, la verdad de la familia se añora, porque en ella se juega el amor, que dura por siempre.

Es decir, cuando se acaba el amor, que todo puede suceder, hay que volver a enamorarse. Eso es todo. Y Dios es amor. Por eso sentimos nostalgia del Edén.




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