Desde Filadelfia: misericordia o justicia

El Papa habla, los "media" interpretan, la gente se emociona.

Filadelfia, un hervidero de gentes. ¿Un millón? ¿Dos? Las calles, parques  y avenidas del centro de Filadelfia, cerradas a todo tipo de transporte, facilitan el desplazamiento de personas venidas de todos los rincones del mundo. El alcalde de la ciudad, educado en instituciones católicas, se ha impuesto a todas las presiones políticas y ciudadanas para lograr esta hazaña.

Las principales cadenas de televisión del país, sin que importe su ideología, cubren cada minuto de las actividades de Francisco, que las alargan después con sus análisis  y comentarios. El público se emociona con cada paso del Papa, de manera especial cuando el papamóvil se detiene y llama a una familia para besar un niño o bendecir algún discpacitado.

Los bebés pasan de mano en mano, en alto, antes de llegar a los brazos del Papa, sin que los padres piensen otra cosa que, entre miles, su hijo ha tenido la suerte de besar o ser besado por Frnaciso.

La ciática no le permite a Francisco caminar a su aire, pero cuando llega su momento de hablar, dice, sin cortapisas lo que ha pensado y tiene delante en sus manuscritos, o habla lo que no ha pensado, improvisando, si bien lo ha meditato durante muchos años.

El Papa se ha referido una y otra vez a la misericordia, y los "medios" aclaman que, por fin, el Vaticano se apiade de tantas personas afectadas por el egoísmo de los demás y por la ambición y negligencia de los sistemas políticos. Sin embargo, apenas resuena el otro concepto manejado por el pPapa: la justicia.

El amor y la compasión engloban todos los sentimientos que, con frecuencia, quedan a flor de piel porque, como en el caso del samaritano bueno, nadie más se ocupa del herido y menospreciado. El mundo, construido por los grandes intereses económicos, tiene prisa y pasa de largo ante la desgracia del próximo. 

Aunque la parte sentimental del Papa se entiende casi por ósmosis, afirmada con su ejemplo, la dimensión de la justicia clásica llama a todos a dar a cada quien lo que le corresponde, comenzando por los más cercanos, como sería el caso de la familia de sangre, los compañeros de trabajo, y quienes por una u otra razón se cruzan en nuestro camino.

Los "medios" dan, con sus comentaristas invitados, curso a sus pecados inveterados debidos a los casos de pederastia,  la negligencia a las mujeres que todavía no se pueden ordena.,r,  y la falta de sensibilidad con el prohibir la comunión a quienes viven una situación irregular en su matrimonio.

En general, los "medios" han dispensado  una acogida estupenda a la venida del Papa, a sus palabras, y a la afabilidad de cada una de las ciudades visitadas con todos los llegados de fuera. Pero no de presentar una y otra vez, las controvertidas preguntas del mundo, qué no ceja de exigir a la Iglesia qué se ciña a sus demandas.

De momento, el papa Francisco no ha cedido a estas exigencias.

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