Inmigrantes y las obras de misericordia

La urdimbre del mundo global, aunque suene a tópico, no deja siquiera un resqicio por donde salir a respirar un poco de aire fresco que necesita la vida.

Las uniones entre los países nos muestran teóricamente por donde avanzar en el caso de querer arrimarse al otro en busca de esparcimiento o de consuelo. Pero, no es así. Los caminos emprendidos por quienes verdaderamente necesitan donde cobijarse, se blindan a calicanto para impedir el paso.

El engaño consiste en creer que los caminos son, como siempre han sido, para caminar. La realidad nos seduce por la anchura de las sendas, si bien, una vez emprendidas, sirven para situarnos ante la vigilancia minuciosa en cada una de las fronteras, que se trata de burlar en los últimos metros, zigzagueando entre los matorrales, con poco éxito.

El cansancio, la agonía de los inmigrantes, cobra su cuota. Desfallecidos ante las paredes artificiales de alambres espinosos, sólo les queda implorar. Pero, no hay piedad, Las marcas de las fronteras sirven  para impedir el paso a los inoportunos.

Esa misma urdimbre que une al mundo, ha comunicado a millones sin esperanza que, a sólo unos kilómetros de distancia,  se halla la tierra donde mana leche y miel, una creencia como la  del pueblo judío, absorbida por los cansados de  vagar por el desierto durante años. Pero, una vez oída la noticia, incluso de los labios de gente de su misma región, que lograron pasar las alambradas de púas,  los menesterosos  emprenden la marcha  hacia la región de "nunca jamás" y ya nadie ni nada  los podrá detener.

La guerra, el hambre, la injusticia, la violencia, la falta de oportunidades de trabajo, la libertad reprimida  de las creencias, el abuso de las mujeres por gentes de fuera y del mismo pueblo y religión y niños sin esperanza, encuentran en el más allá, siempre más lejos, la ilusoria imagen del paraíso en la tierra.

Los pueblos ya establecidos, aburguesados por la molicie, sin arrestos para siquiera sostener y defender una creencia, ven  en la fuerza bruta la única  manera de frenar la avalancha. La historia, sin embargo, nos muestra cómo, por ejemplo,  las invasiones de Europa al atardecer del Imperio Romano, incapaz de velar por sí mismo debido a la falta de ánimos para perseverar con firmeza el mantenimiento y mejora de sus vías de comunicación, esas mismas calzadas que les siriveron un día para establecer el imperio,  sucumbió ante  la pujanza se los invasores.

Algo así se avecina ahora. Europa no puede retener las asechanzas de tantos millones de hambrientos que buscan la paz. Tampoco Estados Unidos logrará contener el flujo de inmigrantes, con o sin el querer del señor Trump. 

Si no somos capaces de crear las condiciones de vida digna en los lugares de origen, lugares que fueron desmantelados y saquedados por la avaricia de nuestros ancestros,  tampoco seremos capaces de detener hoy el flujo incesante de personas en las fronteras artificiales creadas por un mundo que se jacta de su globalidad. 

Este es el talón de Aquiles de nuestro tiempo: la complacencia burguesa de quien se solaza, sin creencias dignas, en sus propios logros. Por tanto, nos conviene más empezar a vivir las obras de misericordia, o algunas de ellas por lo menos, antes que sufrir las sacudidas de la invasión incontrolada. Pero el egoísmo y la comodidad nos impiden entenderlo así. Además, estas invasiones se propician por, y vienen a llenar, el vacío demográfico abierto en las economías desarrolladas.

Y mientras mueren  miles todos los días luchando por la supervivencia, los dirigentes de las naciones y del orden mundial conciertan   mesas de diálogo en lugares exquisitos, con comidas opíparas, para seguir dialogando acerca del problema.









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