Viernes de Cuaresma


Iglesia del Tránsito, Zamora, España.



No comer carne. Es la primera imagen que  suele venir a la cabeza cuando oímos hablar de la Cuaresma. Cuarenta días de restricciones de carnes y ayunos. Si bien no es para tanto, pues sólo el miércoles de ceniza y el Viernes Santo son días de ayuno, y todos los viernes de ese lapso se recomienda no tomar carne, aunque se amplía a todos los viernes del año, con muy variadas combinaciones.

Pero el punto central no es el ayuno, sino la disposición de agradar el Señor de alguna manera, precisamente en esos días  previos a la Pascua, recordando los pasados por Él en el desierto antes de comenzar su vid pública.

Este deseo de identificarse con el Señor se alimenta de esas pequeñas muestras de cariño del hombre para con Él, y, al verlas, se vuelca con quienes quieren encontrase con quien es el "camino" en su senda; en la "verdad" de su palabra;  y al dador de la "vida". 

Apenas son unos días, y no disponemos de muchas ocasiones más para demostrarle nuestro agradecimiento a quien es nuestro Creador, Padre y Redentor. Decidido a darnos el ser, de acuerdo entre las tres personas divinas, antes del tiempo, a sabiendas de cuán poco se lo íbamos a agradecer, y para fijar una relación con su creatura, eligió la de ser, no cómo, sino verdaderamente Padre, capaz de entregarse a sí mismo, a su propio y único hijo, para sacarnos del abismo a donde habíamos caído y de donde no podríamos haber salido jamás por nuestras solas fuerzas.

Nunca serán suficientes todos lo viernes de Cuaresma para agradecer semejante gesto.



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