El secreto del amor: El amor es trabajo


Podemos preguntarnos por qué hoy en día vemos tantos fracasos en el amor. Quizá la respuesta no es tan complicada como podría parecernos, y vale la pena intentarlo porque, al fin y al cabo, una vida sin amor es una vida sin sentido.

El amor, como tantas otras cosas, no es un invento humano, y por ser tan crucial, no sólo por para ser felices en todo lo que el hombre hace, sino para alcanzar el fin que le es propio. Es por esto lo absurdo de la frase "hacer el amor", como si se tratara de un proceso mecánico y dependiera del capricho del interesado.

En este caso, debemos ir al origen. San Juan, el discípulo predilecto del Señor, nos dice "Dios es amor" (1 Juan 4:8). Es una definición breve, rotunda, como nadie hasta ahora ha sido capaz de encerrar lo infinito en tan sencilla y verdadera sentencia. Pero tenemos otra llamarada intensa del mismo apóstol cuando se refiere al Padre, puesta en boca de Jesús: "Mi Padre trabaja siempre" (Juan 5:17).

Entonces tenemos una apreciación nueva de Dios: por un lado es amor, pero no es un amor como se pudiera pensar, tumbado en una playa caribeña, sin hacer nada. El amor trabaja siempre; y, podemos decir que, el amor es trabajo

Cuando Dios, antes de crear al hombre, estaba en relación con las tres personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ya trabajaba "siempre", sin cesar. No le hacía falta crear al hombre para entretenerse. Su infinitud ya se ocupaba en darse al otro enteramente, sin agotarse jamás, por toda la eternidad. 

Al ver las cosas así, descubrimos la esencia del amor, por decirlo de alguna manera. Se agota en darse. No se trata de recibir, de disfrutar pasivamente. Se trata de una relación de entrega sin medida entre personas. Por eso Dios nos hizo personas, como él, para querernos y que, recíprocamente, pudiéramos a su vez quererle.

En fin, esta idea puede dar para mucho, pero para concluir diremos que  se requiere de trabajo para convertirse en amor

 

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