El mundo, si tiene sentido, está sumido en el misterio



Salvator mundi (Leonardo da Vinci, 1500), donde muestra una esfera transparente, inquietante y "misteriosa" para muchos hasta dar recientemente con su significado.



Para comenzar, el misterio no es algo obscuro, cenagoso; es luz. Visto así, nos acercamos a él en la medida  que avanzamos en el conocimiento de las cosas, de la realidad. Se llega a una especie de umbral donde el todo se clarifica; y, al conocer más, todavía se adelanta más en conocer ese algo sin límites, proveedor de esperanza.   

Tanto el hombre como el mundo son "creación", aunque no entendamos bien de qué se trata.  Por eso, dar cuenta de la totalidad de algo es un intento que, si bien ilumina,  nos deja en las puertas de lo inabarcable, más cuanto más lejos se llega con el conocimiento. 

El misterio es la señal de casi haber llegado en nuestros intentos de hallar la significación de las cosas, de lo "real". El deseo de claridad, si nos quedamos en él, nos encierra en una visión sin horizontes, en un sistema cerrado. Pero el misterio nos transporta  a un sistema abierto. 

Sin misterio nos encontraríamos seguros, como puede encontrarse seguro un animal encerrado tras la compuerta que le llevaría al campo. Lo inagotable de nuestra vida se encuentra, por ejemplo,  en el título del libro del sacerdote Pedro Casciaro, iniciador del Opus Dei en México en 1949 junto a la beata Guadalupe Ortiz de Landázuri, publicado en 1994, Soñad y os quedaréis cortos, título  revelador de una vida de entrega sin esperar en la tierra nada a cambio. 

El adentrarse por estos caminos es, verdaderamente, una locura; peo son ya muchos los que,  siguiéndolo, han conseguido llegar al fin diseñado pera el hombre desde el principio: la felicidad

Son tantas las cosas puestas delante de sus ojos, y tan apetecibles, que, dejarlas a una lado y seguir caminando hacia lo insondable del misterio, requiere de una gracia especial, nunca negada a nadie. Pero se requiere, sin duda, de una mano amiga como la encontraron los primeros cristianos, o bien, de una luz especialísima como la brindada a Pablo de Tarso en su camino destructor a Damasco, antes de llegar a ser san Pablo. 

En fin, así es la vida conducente al misterio, y el comienzo de la felicidad.



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