¿Qué vas a hacer esta Navidad?








La Navidad es una fiesta religiosa. La fe está en cada uno de poros desde el principio, hace dos mil años.  Y la "espera", junto a José y María alumbra el camino de Belén. Cuando, por fin, aparece el amor hecho carne, toda la creación se conmociona: aparecen ángeles parlanchines y cantores anunciando el nacimiento del Rey; los pastores y su ganado sorprendidos durante la noche escuchan maravillados el anuncio y van, "apresuradamente", a la cueva del Nacimiento; luego, los personajes llegados de la Media hacen su aparición, se arrodillan y regalan al Niño lo más valioso de sus cofres.

El problema de la Navidad surge cuando falta la fe. Todo el recorrido del Adviento se convierte en un  ir y venir sin sentido. Las prisas acaban ganando la partida. El comer y beber pasan a ocupar el centro de la celebración y las relaciones sociales son motivo, a veces, de desencuentros. 

La esperanza tampoco tiene mucho sitio si falta la "luz" de la creencia en la celebración de la venida de Dios al mundo hecho hombre verdadero. Nunca la mitología griega ni las orientales pudieron imaginar nada igual. Por eso, cuando una persona sin fe toma la celebración en sus manos, se desvirtúa. Se deja a un lado lo esencial, y se pone en primer plano lo secundario. Como los pastores y los reyes de la historia de Navidad, dejando todo, lo mucho y lo poco, se ponen en camino, a ese camino nuevo mostrado por la fe en las palabras del ángel.

Tan es así, que los Reyes de la Media volvieron a su casa, pero "por otro camino". El encuentro con el verdadero Rey de reyes, cambia la vida. Por eso, quien no tiene fe debe seguir su conciencia y seguir a quienes la tienen. Y mientras se anda el camino hacia el Portal, ir pidiendo esa fe (que siempre es un don divino, nunca negado a nadie), hasta que empecemos a oír los cantos y villancicos con un sentido nuevo.

Entonces, sólo entonces, brota como de una fuente, el cariño  a quienes pasan por nuestro lado, y van buscando en Belén, al niño Jesús, al que miran María y José reclinado en el pesebre, pues no había lugar "para ellos" en el mesón.




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