When the saints are marching in... hay que seguirles

Todos conocen el estribillo al menos de esta canción del Sur estadounidense. Oh, cuando los santos desfilan...

La vida de los santos deja a su paso  huellas en la tierra, que conducen al cielo. Por tanto, al conocer sus vidas, renace nuestra esperanza. La santa Teresa de Ávila, cuyo quinto centenenario se celebra ahora, supo de esta verdad desde que tenía siete años. Sus padres leían en casa las vidas de los santos, y, claro, Teresa y su hermano Rodrigo querían ser como ellos. Para tal gesta, se les ocurrió salir de las murallas abulenses y, una vez  en campo abierto, en tierra de moros, prepararse para sufrir el martirio.

Hoy los niños y adolescentes ven otras cosas en la televisión, si les queda tiempo después de consultar los medios sociales más de cien veces por día, con el fin de saber el lugar que ocupa su vida en la mante de los demás. Hay qu estar ahí presente para sabér qué dicen... ¡de mí! 

Tal dependencia equivale a no saber nada, equivalente a mirarse el propio ombligo todo el día. Los santos en potencia, que somos cada uno de nosotros, recorreremos los entuertos de nuestros caminos, cada quien el suyo, si miramos las pisadas de quienes lo han recorrido antes que nosotros.

Con tal fin, me detengo en la cita de san Josemaría Escrivá, tal como aparece en su libro Conversaciones, que viene muy a cuento en estos "días de confusión", algo en lo que estamos de acuerdo tanto los detractores como los defensores del matrimonio cristiano: 

"...la indisolubilidad del matrimonio no es un capricho de la Iglesia, y ni siquiera una mera ley prositiva eclesiástica: es de ley natural, de derecho divino, y responde perfectamente a nuestra naturaleza y al orden sobrenatural de la gracia". 

Ahora que el Sínodo sobre la familia anda de boca en boca, me parece oportuno este fragmento para unos tiempos en donde campa el relativismo. Creo que puede dar serenidad el ver que todavía se puede estar un rato al lado de Parménides: las cosas, consisten, son algo. No todo cambia,  como la llama del fuego, todo el tiempo, según decía su coetáneo Heráclito.

Algo permanece, el matrimonio entre un hombre y una mujer, la familia, porque son, de diseño divino, para el bien del hombre. Seguir la marcha de los santos, suele ser conveniente porque han llegado a donde estamos destinados a llegar.

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