Familia: El amor es nuestra misión

Los hombres se suelen unir entre sí porque desean realizar algo bueno. Es el caso de la familia; pero también el caso de la guerra. El hombre, lamentablemente,  se une también para hacer el mal.

La familia ha caído en manos de los hombres. Como si fuera suya y hecha de plastilina, la han desfigurado en su esencia. De ahí que  hayan surgido una serie de males irreversibles  en la sociedad. La juventud, al ver tal desastre, desconfía de que algo tan antiguo como la familia pueda ofrecer caminos de vida aptos para conseguir la felicidad deseada.

En la mente de todo hombre aletea el deseo de alcanzar la felicidad. Los cuentos de antes solían concluir con aquel "colorín, colorado, este cuento se ha acabado", no sin antes  decir el consabido final donde, los protagonistas, después de grandes peripecias,  príncipe y una chica pobre pero hermosa y buena, unidos por el amor, se casaban para tener muchos hijos.

Este era el final feliz. A nadie, durante siglos, se le hubiera ocurrido cambiar este final, porque era el mejor y a nadie le cansaba oír su repetición en diferentes tramas. El amor entre personas de diferente condición social, allana y disuelve los obstáculos del camino, muchas veces formidables, y facilita la vida de los cónyuges sin lugar alguno para el aburrimiento.

Pero, decíamos, la familia ha caído, no por causalidad, en manos de asaltantes de su constitución. De esta manera, y en nombre de una libertad malentendida,  se puede ir haciendo lo que a uno le gusta, sin cortapisas morales impuestas por las costumbres encerradas siempre al abrigo de la tradición.

Se comienza por introducir medios anticonceptivos para evitar o regular la natalidad, un procedimiento pensado por Procter and Gamble, en primer lugar, para controlar la población puertorriqueña en Estados Unidos. Este método resulta un éxito, pero no entre los menesterosos malquistos, sino entre los pudientes, personas y países. Un paso más, y se  pide, cuando los anticonceptivos fallan, el derecho al aborto; si bien, el derecho se extiende a los hijos indeseados.  De esa búsqueda de la felicidad nace la urgencia de preparar las leyes necesrias para facilitar el camino del divorcio. ¿Por qué dos personas deben  condenarse a la infelicidad de convivir juntas, si ya se les acabó el amor? Luego, resulta realmente molesto en el seno de una familia, cargar con los enfermos incurables y ancianos, y los países más adelantados, comenzando por Holanda y Bélgica, aprueban la eutanasia, mirando, claro está, por el bien de esas personas inservibles que, sin cura ni beneficio, representan una carga insostenible para la familia.

Ahora se piden mil cosas más: vientres de alquiler para familias chinas, por ejemplo, que debido a las restricciones impuestas por el Estado del hijo único, pagan hasta 150 mil dólares por un vientre  norteamericano, que le concedería, además, el derecho a la nacionalidad. Hay también semen disponible para elegir la condición biológica de los hijos, guardado en congelación es espera del mejor postor. Debido al subido costo de mantenimiento, los embriones, personas, no solicitados, se eliminan por miles.

El matrimomio y la familia, dispuestos a conseguir la felicidad a toda costa, se desvirtúan. El fin del matrimonio, que son los hijos, se cancela. El egoísmo que lleva al aburrimiento, surge en ese vacío de vida sin sentido. 

Algo tan simple como el plan divino, un hombre y una mujer unidos para siempre por el amor que se abre a la vida, que desemboca en una felicidad aquí, aun en medio de sacrificios, ya no se puede componer. Mil ingenieros tratan de diseñar por su cuenta lo que Dios ha diseñado, y todavia no encuentran una salida definitiva. 

La impertinencia del hombre en estos asuntos, va desmoronando la realidad. Lo virtual sustituye a lo real. La quimera se toma como un hecho, mientras se desvanece entre los dedos de las manos. Todo por vivir como si Dios no existiera, o aunque existiera, todo por un plato de lentejas, una felicidad inalcanzable fuera del plan divino. 






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