Escuchar para saber amar






Se diría que con la abundancia de media se debería  facilitar la comunicación. Pues bien, no parece ser ése el caso.

La razón es el "ruido". Los media actuales  generan más bien controversia, sin fundamento alguno. Al final, se incrementa el "ruido" y no se sabe quién dice qué a quién, como dice el modelo de Lasswell, el viejo profesor de ciencias políticas de la Universidad de Yale, generador de un modelo simple de comunicación, capaz de sintetizar en su sencillez el proceso del decir.

Parece ser que el modelo de comunicación vigente se puede sintetizar así: en un ambiente democrático conviene "que todos hablen a la vez por todos los canales disponibles para que nadie se entienda". No importa lo que se quiera decir: importa expresarlo.

El relativismo ha ganado de momento la batalla del decir. En este ambiente donde lo importante es el decir, lo que sea, ya no se sabe si es o no verdad lo dicho. A través de los diversos media, se puede llegar a congregar a miles de personas en un lugar y momento específico. Pero no hay dirección: solamente ruido creciente y enfado, protesta contra quien o contra lo que sea, unidos por el más bajo de los denominador más bajo.

Parecería que el amor ha fracasado. Apenas queda tiempo para escuchar al "otro" y saber más concretamente acerca de su "querer". Sólo así se le podría ayudar a esa persona; primero, escuchando, aprendiendo a escuchar; segundo, dejar que la "sabiduría" ocupe su lugar prominente y así desterrar la sospecha y la adivinación sobre los demás. Estamos de nuevo a las faldas del monte Sinaí, oyendo al principio del mensaje divino, "Escucha"

El modelo de Harold Lasswell, entonces, no nos serviría hoy del todo. Por una sencilla razón: pocos o nadie escucha al "otro". Esta sociedad se finca cada día más en el principio del placer y se escucha a sí mismo para satisfacer todas las llamadas de la sensualidad y del capricho. El "otro" queda a un lado del camino. Así incluso ocurre cuando irrumpe el "divorcio" en la vida de los  cónyuges, quienes se han jurado fidelidad de por vida por medio del sacramento matrimonial. Se queda a un lado el "otro" (o los "otros", si es que hubiera hijos), tirado en el camino, a merced de la "soledad" o el "hastío" porque no se supieron "escuchar"  antes de nada. 

Entonces, visto así, el fracaso o el éxito del amor comienza por ese "escuchar" que lleva a la "sabiduría" de saber del "otro", y, de esta manera, poder satisfacer su necesidad. Em fin, el "amor" consiste en ese saber dar.





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