Gobernantes sin honor: he ahí el drama



La avenida del honor.




A base de repetir pautas sin sentido, el hombre se disloca. Cuando un hombre así ocupa un lugar prominente en la escala social o política de un ordenamiento, el sistema suele acabar en desastre.

La ejemplaridad deseada en un político, por ejemplo, ---no se  elige para un cargo de responsabilidad a un don nadie---,  se desmorona si la persona ocupante del cargo no aspira al honor debido quizá a esos vaivenes de la democracia. Sin esas aspiraciones, si se deja de lado el reto implicado en el honor,  "la sociedad está perdida". 

Este sería el caso de España en el momento actual. No hay respeto, y se quieren asentar las cosas basándose sólo en  palabras, que van y vienen. Debemos fijarnos además en lo realizado por la persona, hechos, no sólo  palabras.

Pero se olvida un aspecto básico del lenguaje: la palabra se asienta, si se profiere con un sentido, en las cosas, en la realidad. Ahora bien, si la gestión gubernativa del ocupante de ese cargo improvisa, sin gestionar, es decir, sin poner las cosas en orden para establecer la relación apropiada con las demás, y sin sopesar su contribución relativa al bien común entonces, el norte de las decisiones se centra en uno mismo, en los afanes de conservar el poder, el enemigo público número uno. 

Este sería también el caso del próximo presidente de México, a juzgar por las alocuciones y decisiones tomadas hasta la fecha.  Quiere el bien como lo quiere todo el mundo, como lo querían santa Teresa y Lenin, pero ese bien parece  depender de su voluntad omnímoda, no de la aptitud de las personas conocedoras del oficio o de la conveniencia de las partes de un todo para armonizarse en esa aspiración al honor  con fundamento in re, es decir, con la moral encaminada al bien común.

La tan mencionada "honradez" de los servidores públicos porque  "no roban" es reducir el honor una dimensión pedestre, indigna de cualquier hombre. No podemos vivir sin confianza, pero ella descansa en un orden moral. Es decir, en ese hombre cuya dignidad se aquilata por ese sí sostenido a la verdad, al bien, cuyo desempeño da "gusto de ver". 

De esta manera se explican los "radicalismos" tan presentes hoy en Europa y América. La gente se harta de los vaivenes, dependientes del delirio de conseguir o conservar el poder, una dimensión distinta al gobernar con autoridad

La autoridad  se basa en la escucha a todos, y, luego en el servicio.

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