¿Banalidad del mal? Entender los tiempos de nuestro tiempo



El mal nunca es una banalidad. 




Todo marcha muy deprisa. Sin tiempo apenas para digerir un evento, surge otro de escala mayor y desplaza al anterior sin dejar rastro apenas. 

El 11 de noviembre, Francia acogía a mandatarios de todo el mundo para conmemorar el centenario de la I Guerra Mundial. Discursos van y vienen. Trump resalta la cooperación de Estados Unidos al contar los miles de soldados norteamericanos muertos en la contienda final de la guerra. Los jefes de estado de Francia, Macron, y de Alemania, la canciller Merkel, aprovecharon para poner a su manera "una pica en Flandes": echar en cara al señor Trump su énfasis por su defensa del "nacionalismo" norteamericano expresado en la frase: America First

Los periodistas suelen picar el anzuelo de los desplantes y dejan pasar con frecuencia el verdadero sentido de los hechos.

En fin, el desencuentro está servido. Cada quien trata entiende la voz "nacionalismo" a su manera. Se desaprovecha  la ocasión de  limar asperezas y dialogar, en vez de  echarse en cara y restregarse sus puntos de vista. 

Dentro de cada presentación, no se escucha sino el afán de dominio presentando las hazañas propias del pasado con el fin de encumbrase por encima de los demás. 

Es una pena observar cómo tanta preparación para estas ceremonias, tantos viajes de miles de kilómetros, tanta emoción quedan empañados no por los hechos de la historia sino por ideologías de conveniencia.  Tantos saludos, fotografías y flores depositadas ante los panteones de los verdaderos héroes de la contienda quizá no sirvan  para aprender de la brevedad de la vida, y de la necesidad de recurrir a un encuentro de verdad entre jefes de Estado con ganas de acercarse a ese bien común de las naciones, por encima de las rencillas y de los bienes particulares.

Los periodistas a su vez, se dejan atrapar por el juego de estos vaivenes de la actualidad  sin ponderar en demasía  "lo que queda" de "lo que se dice". Hannah Arendt tardó meses en escribir para el The Ne Yorker sobre el juicio a Adolf Eichmann en 1961 hasta llegar a entender la personalidad del ajusticiado. Acuñó el concepto de  "banalidad del mal", para referirse a ese proceder de quienes hacen grandes males "a lo tonto" por no definirse entre el bien y el mal. Mientras, los colegas de Arendt llenaban cada día las páginas de los diarios. 

No tratamos de decir si el juicio de Arendt era o no verdadero, pero no era un "hecho". Más bien, llama la atención, entonces y ahora, la "falta de reflexión" mostrada con frecuencia por los periodistas a la hora de cubrir un evento.  Llenan las páginas de sus diarios y, si les es posible, estampan la firma en la cabecera de sus artículos,  donde los titulares  apenas riman con el contenido de la nota publicada. 

Todo parece un juego de velocidad, con carreras desenfrenadas y cientos de fotógrafos tratando de captar la instantánea crucial de las reuniones a donde asisten.

El hecho, sin embargo, parece ser el distanciamiento por la fuerza de la razón entre las potencias mundiales. Nadie se acaba de fiar del "otro". Las "uniones" entre países con de conveniencia, circunstanciales, sin fuste ni duración. Quienes se adelantan en las negociaciones como representantes de los países pactan el mínimo necesario antes de la llegada de sus respectivos "jefes", y así tengan algo en donde estampar su firma. Declaraciones para salir del paso, y un sinnúmero de poses donde aparecen hermanados las cabezas de los países, y punto final. 

El mundo gira y gira en el espacio. Pero  la sensación del tiempo disponible ha menguado. El resultado es una aceleración continua para intentar recorrer ese "espacio" previsto en un tiempo cada vez más escaso. La consecuencia inmediata de esa aceleración se manifiesta en apenas disponer de tiempo para pensar. Actividad  necesaria para la reflexión, como ya hemos apuntado en otras ocasiones.

Dadas las cosas así, la complejidad de los hechos, se "confunden" al no calibrar lo suficiente la verdad de su ser. Entonces la razón sin la inteligencia de  las cosas, empujada por la voluntad, sin más soporte que la necesidad de triunfo, de salir airoso de la situación, irrumpe en la realidad sin ponderarla. 

El resultado así obtenido distará siempre de la calidad necesaria para dar  su lugar a las diferentes opciones. El mal, el error, como consecuencia de  la decisión defectuosa es altamente probable. La costumbre lleva a actuar con este tipo de decisiones viciadas. Y cuando esa decisión se sale de los asuntos triviales (en realidad no hay asunto nimio), el riesgo de cometer un despropósito de consecuencias irreversibles, es muy alto. 

Pero, ¿es banalidad el jugar de esta manera? El mal vemos cómo aparece al no darle su sitio al ser, por salta de "tiempo". Por pasar por alto los detalles de una realidad. Lo obtenido de esta manera, es muy inferior a lo considerado. Se obra "de oficio", por rutina o  hastíoDa lo mismo una cosa que otra por desidia o desencanto. 

La fe entonces se pone a prueba, ante la presencia del mal en el mundo. Si bien "nada es imposible para Dios, no lo parece. La aparente victoria del mal moral acaba derrotada al vencer Jesucristo al pecado, sin menoscabo de la libertad del hombre. Es decir, el hombre había "abusado" de la libertad recibida, pero Dios no se la quita, para que así pueda seguir encontrando el camino del amor. Sin libertad no hay amor

Solamente desde este ángulo del amor se puede entender la gravedad de la transgresión del hombre. Por tanto, no puede ser banal aquella ofensa que, para ser reparada, implica la muerte de todo un Dios hecho hombre.

En los tiempos actuales, cuando se vive "como si Dios no existiese", el mal se multiplica, y refuerza la idea de quienes gritan sin fe contra ese mal que se le escapa a Dios de las manos. 
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