El hombre sin un fin es la dispersión







Hacer muchas cosas, estar aquí y allí, un día y otro.

Esta puede ser una caricatura de nosotros mismos. Al repasar la historia reciente, apenas veinte años atrás, vemos las caras sonrientes del ministro Rato sumado al equipo del recién electo presidente Aznar tras la victoria sobre el socialista Felipe González.

Era el año 1966, donde en España todavía manejaba la peseta como moneda de cambio, a la espera de 1999 para su entrada el la Unión Europea.

Pero héteme aquí que, hoy, el señor Rato acaba de pisar los umbrales de la cárcel, después de años de litigio con la Administración española sobre el uso de los recursos privados sin límite en las llamadas "tarjetas negras" cuyo derroche ha beneficiado a una docena de altos cargos de la empresa.

Ahora estos hombres se lamentan de los errores del pasado. Pero la vida sigue su rumbo sin respeto alguno a los demás, y basta una brizna de impaciencia para acabar con la vida de los otros. 

Hace dos décadas, el mundo occidental se las prometía felices con la reelección de Clinton. Las guerras en Europa y los Balcanes cedían su lugar a una paz a regañadientes, tensa, dando paso a una "crisis" interminable. Mientras,  algunos países de África se desangraban y unos estudiantes de "religión", los talibanes, sembraban el pánico en Afganistán con sus fusiles y sus cantos salvajes de "las mujeres en casa con la pata quebrada". Y los integrantes argelinos, después de años de miles de muertos  (50 mil) degollando a inocentes, culminaban sus tropelías sangrientas con el asesinato de siete monjes franceses. 

El papa Juan Pablo II tenía la esperanza puesta en los jóvenes. Mediante una nueva evangelización, decía, como apóstoles, se podría construir la "civilización del amor". La civilización contemporánea, puestas sus esperanzas en la tecnología y la ciencia, sin embargo,  había dado señales frecuentes de muerte y destrucción, y se olvidaba de las regiones atadas secularmente al hambre y la pobreza. Y se concluye: si a los jóvenes se les da la tecnología, la ciencia, pero no les sirve para progresan en el amor,  dispersarán toda su energía al faltarles un foco de esperanza en su vida.

Son todas éstas, continúa el Papa, "señales de muerte", agravadas por el avance de quienes maquinan quitar la vida a los no nacidos; cunde el ejemplo del terrorismo a la hora de saldar los agravios cometidos en una sociedad o en una región concreta. Piensan del terrorismo como la única salida a los problemas enfrentados por doquier. 

Sí, ha habido mucho progreso en los últimos tiempos, pero no ha redundado en el bienestar de la persona y de la sociedad. La soberbia llena los planos de todas las negociaciones. Nadie quiere dar el brazo a torcer. Se toma como cursilería la compasión, la caridad, la amistad sincera. Parece como si la gente tuviera miedo a quererse de veras.

Nos cuesta ver las cosas buenas de los demás. Se intenta derribar al contrario en la política, en el mundo de la empresa, y, es para asombrarse, en las relaciones de trabajo, en el seno incluso de la familia y en el de la convivencia interna y externa de las órdenes religiosas y de quienes por su encargo deberían dar ejemplo de  cariño sin ser melindres.

En fin, no hace falta ser jóvenes, sino rebosar de espíritu de juventud, y tener un fin claro para no dispersarse en el intento. Salen muchos colores en la dispersión de la luz, pero sin llegar a ninguna parte.





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