Visión optimista: ¿Por qué las cosas andan bastante mal? (Se ha roto la unidad)



Los padres de santa Teresita del Niño Jesús (1873-1897) , san Louis Martin (1823-1894) y santa Zélie Guérin (1831-1877), canonizados en 2015, ejemplo de matrimonio cristiano, casados durante 19 años, procrearon nueve hijos. Al fallecer la esposa, el padre se encargó de educar a las cinco hijas (cuatro hijos murieron casi al nacer o en la niñez), quienes acabaron de monjas.






Tengo un amigo que siempre saca a relucir la II Guerra Mundial, cuando alguien se queja del estado de las cosas hoy. Al menos en Europa, los efectos de esa catástrofe alcanzaron límites de barbarie desconocidos desde el comienzo de la historia.

Resulta difícil comparar los tiempos de ayer y los actuales porque las dimensiones objetivas y subjetivas no siempre se cruzan. Los datos objetivos nos hablan de números de destrucción desmesurados. Pero, los datos subjetivos de tantos como hoy sufren de hambres sin fin, de inseguridad continua aun en los países más desarrollados, de falta de empleo entre los más jóvenes contados por millones, de la presencia hostil en tantos parlamentos del mundo de quienes van en contra de la vida y del respeto debido a la naturaleza humana, de los sembradores de muerte para encumbrarse en el podio del horror, han causado una especie de insensibilidad crónica entre los ciudadanos del mundo, limitados a leer las malaventuras del mundo.

Mientras, miles, millones, retozan en las playas abigarradas de Europa, y transitan por las callejuelas y avenidas con su teléfono portátil en ristre, a la espera de capturar alguna imagen con su cámara, también insensible. Se multiplican después del verano las separaciones matrimoniales.

Es tiempo de vacaciones. El ángel exterminador, parece ser, tiene la entrada vedada en ciertos lugares, y se ceba con más saña entre las poblaciones más menesterosas. Pero, debemos recordar, que la Torre de Siloé no se llevó  al caer  la vida de los peores  habitantes. Tendemos pensar así, con imágenes de conveniencia, parapetados en ese "no nos va a pasar nada" porque al fin y al cabo, si no somos perfectos, tampoco somos de lo peor. Por tanto, sigamos viviendo la vida, disfrutando tanto como sea posible.

Sin embargo, las cosas no funcionan así. Sabemos que Dios es el sumo bien. Sabemos que él es causa de nuestra alegría porque quiere compartir con el hombre toda suerte de bienes. Pero, de repente, se va haciendo de noche en la vida de muchos, personas, familias y países. Y es fácil saber por qué.

Si a quien es el bien lo sacamos de nuestro ser, de nuestras relaciones, ¿de quién creen que se va a llenar ese vacío? (Aquí seguimos el viejo aforismo medieval de que la naturaleza le tiene horror al vacío). Se llena de mal. Es la única alternativa para la ausencia de bien.

Entonces, esos desastres en toda su gama posible, perturban a quienes han sacado a Dios de su vida. Esto no significa que quienes no han obrado así, quedan libres de reveses. Pero saben que la alegría no nace de ese sentirse saludable y eufórico, sino de esas raíces en forma de cruz. Duele, sin duda, pero se mantiene la alegría, porque no se ha perdido el sentido de la vida.

Sobre la cuestión del dolor objetivo o subjetivo habremos de decir que sí, se dan hoy catástrofes innegables en la vida de los hombres objetivamente hablando. Pero, la diferencia está en el garbo de cada quien, subjetivo, a la hora de llevar esas contrariedades.

La paradoja, hay tantas, de que la alegría, la verdadera alegría, nace de la cruz, cuesta asimilarla. Se imaginan muchos la fiesta del botellón hasta altas horas de la madrugada, con música estruendosa, donde las mujeres dejan de serlo para fundirse, sin lograr jamás la unidad, con quienes  han dejado su hombría a rastras, pero, también nos consta, que no es por ahí el camino más idóneo para conducente al bien. Por el contrario, son incontables las historias de lamentos nacidas de tales encuentros, que no fiestas.

Mientras se siga sacando a Dios de la vida personal (su Reino está en cada uno de nosotros) de la familia y de las instituciones sociales privadas y públicas, se rompe el ideario divino, el plan de Dios para con el hombre. Cuando falta la unidad con él, serán dispersados como la paja.

El matrimonio, entonces,  debe volver a encontrar a Dios para que vuelvan a ser uno. Así se regenerará la sociedad.





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