¿Ganaría la "verdad" la medalla de oro en la Olimpiada del conocimiento?







El poder político no se escuda sino detrás del dinero. Es más, poder político sin dinero, viene a ser una especie de bicho raro, un don nadie. No hay fiesta, reunión o acuerdo de cierta importancia que no se traduzca y evalúe inmediatamente en términos económicos. En última instancia, prevalece el éxito de la "razón" mercantil, la conveniencia personal, por encima de cualquier otro considerando. Y así nos va. Hablar la verdad se llega a castigar muchas veces con la muerte, porque el "poder", del tipo que sea, no transige con ella.

Cosas de Goethe: "Para tomar partido por la verdad se necesita de una voz mucho más potente que para defender el error". Esta sentencia choca con la máxima del pensamiento filosófico "El bien es difusivo de suyo". Y la verdad es un bien. ¿En qué quedamos? ¿Por qué se debe levantar la voz? Parecería que el la difusión del error apenas opone la resistencia encontrada en el hablar con verdad.

El político se escuda tras lo económico para adquirir potencia. No se escuda en la verdad, sencillamente, porque ésta no le interesa. En el juego político interesa el poder, no la verdad. Por tanto, se debe encontrar otro cara para salir ante la opinión pública. Y qué mejor que la de "don dinero" en tiempos de corrupción rampante, desde el fútbol a los medios políticos y empresariales, en una imparable saga de contubernios acallados por la "ley del silencio", si bien su presencia salpica las páginas de muchos diarios.

Es decir, no pretenda conseguir la verdad del discurso de ningún político. Hay miedo a la verdad. Por ejemplo, el partido político español Podemos dice con su nombre lo pretendido en política, pero no hay manera de aclarar la verdadera fuente de su poderío anclada en el financiamiento proveniente de las selvas andinas.

En un proceso de comunicación, cuando el sujeto-receptor no escucha, la palabra se pierde en el vacío. De ahí la repetida llamada de Yahvé al pueblo elegido: "Escucha, Israel", pues no le hacían caso alguno. Por más que quien emite un mensaje intente comunicar algo a alguien, si ese alguien no escucha se interrumpe el proceso. Por consiguiente, elevar el tono de voz a nada conduce si el receptor no escucha.

El levantamiento de la voz suele ser signo con frecuencia de poco convencimiento. Así lo confesaba aquel predicador a un cardenal lector de su homilía del domingo, ante la pregunta sobre los subrayados de ciertas frases del sermón: "Me indican subir la voz, cuando no estoy muy convencido de mi argumento", decía el viejo párroco.

Si la verdad no prospera porque uno  no quiere, entonces, no por subir el volumen del mensaje se ganará en adeptos. Se debe recurrir al volumen interior. Este volumen se consigue por el convencimiento de quien habla  y con su ejemplo. A veces estas dos cosas, convencimiento y ejemplo, se pueden mostrar en casi completo silencio, y suena como un estallido interior.

Se cumple el refrán de mucho ruido y pocas nueces, dicho que no apoya el consejo de Goethe.

Por eso creemos, que guardar "silencio" conmueve a veces más que mil palabras, si se acompaña del ejemplo. Hacer y enseñar, en ese orden. Un silencio no nacido del miedo a decir la verdad, sino de una conducta atrevida,  manifestada aun en tiempos de inclemente relativismo.

Y no vemos a ese poderoso caballero del conocer la verdad, fruto de una búsqueda, que es "don ejemplo", debido a la ruidosa efervescencia extravagante de ese otro: "don dinero", candidato seguro a la medalla, por supuesto, de oro, capaz como es de manipular las mismas ciencias del conocimiento.

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