La alegría sólo nace de la fe











La "Torre de la alegría" de la famosa serie Game of Thrones, solitaria, yerma, en donde se lucha por el amor sin saber en qué consiste, y, consecuentemente, el camino a recorrer se llena de desdichas.



La experiencia de la vida nos dice que las cosas no suceden cuando uno quiere. Y el viejo refrán nos lo recuerda: El hombre propone, y Dios dispone. Por supuesto, este dicho popular pierde su sentido cuando el hombre vive "como si Dios no existiera". 

Buena parte de este desencanto del hombre con la realidad, nace cuando se aceptan los principios del "relativismo". Si la verdad se reduce a "opinión", apaga y vámonos. No hay nada que hacer en términos de razonamiento sensato. Sin querer, se abre la puerta al descreimiento generalizado o a la fuerza bruta, y proporcionará mucho trabajo para los periodistas.

Viene a ser la situación actual: el triunfo de la información.  Nunca hemos tenido tanta información a nuestro lado y, sin embargo, no hay manera de lograr un mínimo de comunicación, pues se soslaya sistemáticamente al ciudadano de carne y hueso junto a mí. 

Se suprime de raíz la posibilidad de la fiesta, aunque haya muchas celebraciones. La fiesta requiere la presencia de una tradición, de algo que nos viene dado, y que uno no puede crear por sí mismo a capricho, no más porque tiene "tiempo libre". Estas creaciones humanas propias de las celebraciones playeras o "rockeras" de los jóvenes congregados, mejor dicho, hacinados en un recinto al aire libre o en una piscina, cegados por el alcohol y las drogas, no son una fiesta.

En estas conglomeraciones, no se supera la soledad, aunque se esté rodeado por cientos de personas en un ambiente estruendoso, acaparador de toda la atención posible. Están juntos pero muy solos. Cada quien salta y se revuelca en la soledad con sus problemas. Nadie hay ahí para escuchar porque el ruido interior, sin desagüe posible,  y el exterior, saturado al máximo con sus decibelios altisonantes, lo llena todo. 

Es decir, se ha suprimido la posibilidad de la alegría, porque ésta viene exclusivamente de la fe. De ese "subir altar de Dios", como se decía antes en el introito de la Misa, "que llena de alegría mi juventud". Pero hoy, se ha suprimido ese pasaje introductorio de esta celebración, a la que cada vez menos concurren. 

De aquí la prevalencia del "malhumor" sobre el "buen-humor" en cualquier reunión social y política, que produce hastío a la ciudadanía. La mentira, las verdades a medias. todo sirve para conseguir los fines propuestos por una cabezona ideología. Y esto ocurre al por el predominio de la soberbia que trata de imponer el punto de vista personal (así lo ha decretado el relativismo) sobre el del "próximo", quien se revela contra esa continua dictadura de las opiniones, donde nadie se preocupa siquiera un mínimo de aportar una pizca de verdad, que nace al considerar al otro que tiene la "gentileza" de escucharme. 

Defraudar a alguien con algo menos que la verdad, es una infamia (algo digno de recordar por los profesionales de los media).

A quien se atreviera a pronunciarse en nombre de la verdad, se le crucificaría sin juicio previo, por "insolente". Pero, no podemos continuar desarrollando este punto  aquí. 

Se trata de establecer la relación única entre alegría y fe. El "saberse amado" es el quid de esta relación, y por eso se cree, causando un gran gozo. Un  cierto enfermo, en los delirios de una larga y dolorosa recuperación, sorprendió a uno de sus visitantes vertiendo, silenciosamente, un flujo continuo de lágrimas. Recuperado de su padecimiento, recordó con precisión el incidente, y comentaba al recordársele el episodio. "En mis padeceres, me sentí intensamente amado por Dios y por los demás".

Sólo así explicamos la alegría incluso en el dolor. La fe anima a creer, y cuando se descubre que nuestra presencia aquí,en este mundo,  es efecto del haber sido querido, para continuar siéndolo por siempre (es la esencia del amor), el corazón rebosa de alegría

"La alegría es signo de la gracia", nos recuerda el maestro Ratzinger.


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