La política de niños "o" viejos no funciona
China va muy por delante de los demás.
Ya se han dado cuenta. La política del niño único instaurada al final de era de Mao, no funciona.
Se consiguió con ella lo que el Estado quería: reducir los nacimientos en 400 millones.
Las ciudades, las viviendas, los trabajos, se adecuaron con artificiosa rapidez a esas políticas de control natal.
También las personas.
Hoy los fondos de pensiones no se sostienen porque no hay jóvenes suficientes que ingresen al mercado laboral. Y los mayores de 60 años, ya rozan el 17%.
¿Solución? Que se permita por ley, dice el Estado, tener más de un hijo, para revertir la tendencia.
Pero...las ciudades se han vuelto carísimas para quien quiere tener más de un hijo. Los apartamentos raramente permiten que uno más pueda vivir en el ya de suyo restringido espacio de la vivienda. Los trabajos en las grandes ciudades, que es donde más se acusan las carencias, no permiten prestar a los hijos la atención debida. Y, sobre todo, las mujeres ya no quieren tener más hijos porque ya se acostumbraron a no tenerlos y sortear así las dificultades de la vida. Una estudiante de posgrado china en Zurich, planeaba casarse un día y, quizá, depués de veinte años, nos confesaba, tendría un hijo.
Europa también languidece porque han bloqueado la vida. La buena vida que se pretende llevar, se ha instalado en las gradas del control natal, gracias al liberalismo filosófico que anida en la mentalidad actual. La tradición de la familia numerosa se ha roto, y se capotea el presente a golpes de conveniencia, una conveniencia que se pervierte cuando se constata que la mitad de los parisienses viven solos.
Entonces, la política de los países, debe ser de niños "y" viejos. No se trata de convertir una necesidad natural en una disyuntiva, elegir entre una cosa u otra. La vida surge atada a un cordón umbilical que necesita unirse después del nacimiento de una criatura al resto de las generaciones.
Si ese cordón se corta, la vida languidece con sorprendente rapidez, para dar paso a la soledad egoísta.
Ya se han dado cuenta. La política del niño único instaurada al final de era de Mao, no funciona.
Se consiguió con ella lo que el Estado quería: reducir los nacimientos en 400 millones.
Las ciudades, las viviendas, los trabajos, se adecuaron con artificiosa rapidez a esas políticas de control natal.
También las personas.
Hoy los fondos de pensiones no se sostienen porque no hay jóvenes suficientes que ingresen al mercado laboral. Y los mayores de 60 años, ya rozan el 17%.
¿Solución? Que se permita por ley, dice el Estado, tener más de un hijo, para revertir la tendencia.
Pero...las ciudades se han vuelto carísimas para quien quiere tener más de un hijo. Los apartamentos raramente permiten que uno más pueda vivir en el ya de suyo restringido espacio de la vivienda. Los trabajos en las grandes ciudades, que es donde más se acusan las carencias, no permiten prestar a los hijos la atención debida. Y, sobre todo, las mujeres ya no quieren tener más hijos porque ya se acostumbraron a no tenerlos y sortear así las dificultades de la vida. Una estudiante de posgrado china en Zurich, planeaba casarse un día y, quizá, depués de veinte años, nos confesaba, tendría un hijo.
Europa también languidece porque han bloqueado la vida. La buena vida que se pretende llevar, se ha instalado en las gradas del control natal, gracias al liberalismo filosófico que anida en la mentalidad actual. La tradición de la familia numerosa se ha roto, y se capotea el presente a golpes de conveniencia, una conveniencia que se pervierte cuando se constata que la mitad de los parisienses viven solos.
Entonces, la política de los países, debe ser de niños "y" viejos. No se trata de convertir una necesidad natural en una disyuntiva, elegir entre una cosa u otra. La vida surge atada a un cordón umbilical que necesita unirse después del nacimiento de una criatura al resto de las generaciones.
Si ese cordón se corta, la vida languidece con sorprendente rapidez, para dar paso a la soledad egoísta.
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