El talón de Aquiles socrático


El pecado original es una realidad que no se puede soslayar, si de verdad queremos entender la conducta del hombre.

La primera idea que se nos viene a la mente, bien la podríamos denominar socrática. Para este pensador de la Grecia clásica, el conocer el bien nos debe llevar a actuar bien. Sabemos, sin embargo, que ése no es el caso, como reclama san Pablo, cuando se lamenta de hacer no el bien que quiere, sino el mal que no quiere.

La explicación dada por el apóstol de las gentes radica en su "cuerpo de muerte". Es decir, experimentaba el tirón de las pasiones que, desentendidas de su fin, incitan a un sentirse bien, cosa, en principio,  completamente distinta del bien mismo. Mientras los sentires van y vienen, según los apetitos sensibles y concupiscibles del cuerpo, el bien mismo es hacia lo que "se tiende", que decía Aristóteles, con independencia de las ganas de hacerlo. 

Ese bien es el de la persona entera, el que se relaciona con la trascendencia del hombre, y que nos muestra el camino de la verdad y el bien. Tenemos un apoyo, sin embargo, que consiste en la ley natural o moral, una guía para la conciencia que le sirve para emitir los juicios de valor sobre las acciones humanas.

Todo hombre goza de esa ayuda de la ley natural. Sabe lo que tiene que hacer. Pero, como dice san Pablo, muchas veces se queda incumplido ese deseo. Aquí interviene ese gravamen que no nos deja, consistente en el pecaso original. La armonía original del hombre consigo mismo, con Dios y con el cosmos se rompe. Hacer el bien, cuesta. El reclamo de las concupiscencias de la carne, de los ojos, de la soberbia de la vida, nos zarandea en todo tiempo.

Por consiguiente, quienes al ponderar el curso de la historia del hombre no consideran en sus diagnósticos esta realidad de la inclinación al mal, que lleva a desentenderse de Dios y de sus leyes morales, y a tratar a los demás como inferiores hasta el punto de eliminarlos si nos contrarían en el camino de una felicidad ideada, inventada.

La realidad no importa. Nos encaramos y abstraemos a partir de las "realidades objetivas", una serie de conceptos que no son sino diferentes formas de pensar, y no se trata en ningún caso de un conocimiento obtenido a partir de las cosas reales conocidas.

El subjetivismo se instala en ser humano, sin advertir las secuelas de una de sacar una idea a partir de otra, y no de la realidad misma. Si junto a esta tendencia le sumamos las demás urgencias y modas de la vida, veremos que se necesita de ayuda externa para ir dilucidando los obstáculos que impiden recorrer el camino firme de la felicidad.

Nuestro estatus es el de caminantes, y es tan seria la realidad trascendente de nuestro fin, que no podemos, sin dirección, recorrerlo sin más. Los católicos de siempre han entendido que la "dirección espiritual" con un buen sacerdote, es el mejor remedio para la soledad errática del camino.


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