Cuando lo asombroso desaparece de la enseñanza y del diálogo

 


Captar la realidad ha sido una constante entre quienes de veras han querido nombrarla de una manera significativa, recurriendo siempre a  conceptos invisibles para poder después expresarla.

Desde que el sabio Aristóteles insinuaba de manera clara la conveniencia de facilitar el aprendizaje por medio del asombro, se ha dejado la recomendación a un lado y se ha instalado la rutina en la enseñanza, con los resultados nocivos de todos conocidos.

Sin embargo, la advertencia no ha caído en saco roto. Loa media, los medios de comunicación  tanto escritos como audiovisuales, por no mencionar las llamadas "redes sociales", han hecho suyo el llamado y es a base de producir asombro cómo han logrado vender su producto.

Pero, hay una pequeña diferencia. Mientras el asombro aristotélico  producía alrededor de un contenido relevante, el asombro de los media, por lo general, descuida los contenidos, pasando éstos a un segundo plano --cuando los hay.

La provocación, el desnudo, la comidilla de influencers y las llamadas "crónica rosa" se insertan incluso en los programas serios de noticias. Por ejemplo, que si fulano o menganito ha dicho o dejado de decir algo respecto a la coronación del rey de Inglaterra Carlos III y su amante, ahora esposa Camila. O bien porque la Prelatura Opus Dei ahora debe despachar con el  Dicasterio para el Clero y no con el Dicasterio para los Obispos, sin explicar que  el cambio deja intacta la estructura de esta asociación.

Hay, por supuesto, más ejemplos. Pero el punto es ese descuido de, llamésmole las "formas sin sentido". Dejar de lado lo esencial por ir en pos de una audiencia o lectores sin cuidar a quienes a nuestro lado, carecen en lo afectivo, en lo familiar, en lo material o en el mundo del trabajo, bien por carecer de él o por endurecer su corazón a base de una entrega a las diferentes tareas que absorben todo su tiempo sin apenas un ápice de dedicación a las labores del espíritu.

Esto es lo asombroso. Quedar destruido o menguado por unas tareas o unas relaciones donde el atractivo principal es el aspecto material. Y en la enseñanza y en las conversaciones se deja de lado esa parte del hombre que pide mirar más arriba, donde se descubre lo esencial: "Quien a Dios tiene, nada le falta", nos diría la santa de Ávila, la gran Teresa.





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