Durante la noche se aparecen a veces los infiernos de la mano de la caridad


Teresa de Lisieux, la pequeña santa de la región francesa de Normandía, cuenta de una noche que, antes dormirse, comenzó a pensar con mucha pena, en el amor radiante a Dios en todos los rincones de la Tierra, con mayor o menor medida, pero se acordó de un lugar o un estado de los allí vivientes, donde no se e tributaba el más mínimo detalle de amor a Dios. Era el infierno. Si algo reinaba en ese lugar era odio y blasfemias sin fin,
 para siempre.

Esta joven monjita, recia como ella sola, al pensar en ese lugar de tormento indecible, se la ocurrió que ella iría gustosa al abismo infernal para, desde allí, hacer un acto de amor a Dios y contribuir a que también en tan espantoso lugar se le cantara eternamente. 

Enseguida se dio cuenta de lo irreal de su deseo, pues Dios no desea sino nuestra "bienaventuranza", pero, añadía, "cuando se ama, se ve uno forzado a decir mil locuras". 

Es así como se manifiesta el triunfo de la virtud de la caridad, finalidad del don de la "sabiduría", sin cabida alguna para el egoísmo personal. Pues bien, este don, parte de su repertorio inagotable, se acerca más a nosotros en su Decenario. Es el  culmen de todas las virtudes.

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