Biden es un presidente que da pena, y se quiere reelegir


Biden da pena. Por  un lado, visita al papa Francisco, posa para la fotografía de rigor y vuelve a La Casa Blanca. Dice ser católico. Pero su catolicidad es compatible con ceder a las presiones abortistas, y aprueba la ley del aborto.

Por otro lado, el mundo sigue con cautela las políticas pantagruélicas de China. Cada vez más posesivo hacia fuera, y más intolerante en casa. Quiere por todos los medios incorporar a China la pequeña isla de Taiwán, cuyos ocupantes actuales huyeron de su país natal (o son descendientes suyos) debido a las políticas del presidente  Mao Zedong, fundador del Partido Comunista Chino en 1949. Pues bien, Bien acaba de declarar su apoyo a la incorporación de Taiwán a manos de China, donde se acabarían las libertades de ese pueblo que, a partir de cero, ha llegado a ser un país desarrollado.

Un tercer asunto mezcla  a Biden en la aprobación de la propuesta de otorgar a través de la ONU una ayuda al régimen de Maduro por una cuantía de 3 mil millones de dólares con el fin de paliar la hambruna del país que afecta al 90% de la población. Sin duda, la ayuda humanitaria está fuera de discusión para cualquiera que lo necesite, pero en ningún momento se habla sobre las causas de esa hambruna bajo el régimen radical de izquierdas de Nicolás Maduro, un país que solía tener un vida arreglada para la mayoría de la población, y que cuenta con la producción de petróleo suficiente para hacer frente a los problemas de su economía.

La descomposición de los principios del presidente Biden llama si duda la atención; pero resulta peor todavía comprobar la increíble colaboración de seguidores en sus propuestas alejadas de toda moral en el país que se jacta de ser el más adelantado del mundo. ¿En qué?

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