El "bicho" de la pandemia podría afectar al ciudadano votante y su felicidad


Platero y yo (aunque al "yo" no se le ve la cara).



A juzgar por los comportamientos de tantos ciudadanos, parecería que el virus de la pandemia tiene consecuencias más allá de la vida y de la muerte de quienes han sido atacados por el "bicho" invisible.

Por ejemplo, resulta difícil explicar el resultado de muchas elecciones políticas donde los ciudadanos suelen participar con un fin, más allá de la persona representante de uno de los  partidos políticos en contienda. Podría ser por cumplir con el compromiso moral del ciudadano de velar por quienes rigen las acciones encaminadas al bien común de sus dirigentes, o por tratar de alzar  al poder a quienes comulgan con sus ideales sociales y políticos.

Desde luego, el hombre siempre anda en búsqueda de la felicidad cuando actúa. Así, votar por un candidato, espera si no la felicidad entera, el acercarse un poco más a ella, y el resultado le permita mejorar su vida en alguna de sus mil facetas. Por eso los partidos políticos, a partir de una ideología, prometen y procuran complacer las inquietudes de una mayoría. 

Pero resulta inconcebible que la felicidad personal pase, por ejemplo, quitándole la vida a un semejante, como en el caso del aborto, o legalizando la eutanasia. El derecho a la vida es el primero de todos los derechos para comenzar a vivirla, y nadie tiene derecho a quitarlo.

Las aberraciones a la hora de concebir la felicidad nacen, en parte, de la mecanización de la vida, hoy tan sujeta  al lenguaje binario de la informática. Cuando se materializa todo, entonces se puede manipular a placer la masa porque la cantidad es su dimensión única. Todo lo que se hace sirve para otra cosa, es decir, no se puede convertir en el fin al que el hombre aspira, por muy bueno que fuera.

Pero la vida política queda reducida cuando se suprime su verdadero fin. Acciones encaminadas a la justa distribución de la riqueza, la equidad, la práctica de las virtudes y otras tantas acciones nobles son loables, y necesarias incluso, pero no son suficientes. En los evangelios se nos recuerda que sólo una cosa es necesaria.

Toda la "vida activa" tiene su sentido en disponer al hombre a "la felicidad de la contemplación". Y desde luego, va a ser difícil hacer comprender esta noción de felicidad en un mundo sometido a un sistema digitalizado. Por ende, decir que el fin de la política es la paz,  pues ello permitiría a los hombres ponerse en condiciones de "entregarse a la contemplación" que es el fin de toda la vida humana.

Quizá parte del problema se deba a esa pandemia donde el "bicho" ha picado a los humanos y se encuentran cada día más absortos, encerrados, en su realidad, donde se descubre  el sinsentido y la soledad. Por tanto, el amor, la entrega al otro, desaparece de la vida diaria, y se queda el hombre reducido a jugar con las relaciones mecánicas en donde ha vivido buena parte de su vida, sin saber qué hacer con ella.

Por eso este virus es mortal, y podría afectar a las decisiones políticas de los ciudadanos, eligiendo a hombres que no saben crear esos espacios necesarios para el hombre donde podría dedicarse a la contemplación y encontrar el sentido a todas las "acciones" desarrolladas durante la jornada. Hay médicos psiquiatras que recomiendan 15 minutos diarios sin hacer nada.

Por algo se empieza.

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