Ansias de felicidad: Tan alta vida espero, que a mi ángel ruego


El hombre ha nacido para ser feliz. No hay otra razón, porque no se trata de razones. El hombre es una creación de amor. Por eso aspira a ser querido y a estar enamorado. Así espera ser feliz.

El universo entero ha sido dispuesto como su entorno ilimitado. Por todas partes asoma la presencia de su hacedor. Y él, el hombre, después del primer asombro causado al contemplarlo, debe gastar su vida en cuidarlo. Pero el plan divino tiene dos vertientes: uno, el diseño ineludible divino de su salvación; otro, el querer del hombre de aceptarlo o no.

Con tal fin,  el hombre  tiene el acompañamiento de un ángel, criatura superior espiritual, fiel a los designios divinos desde el principio.  Es decir, el plan divino tiene un fin, consistente en reunirse con su criaturas al final de su vida; y su empeño es tal, que para facilitarle el camino les asigna un ángel como ayuda para conseguir la meta. Este sería el plan divino ineludible. 

Pero como Dios, que es amor, quiere que  el hombre, conocedor de este plan,  le quiera porque quiere quererle; por tanto, le dio la libertad. Es decir, puede querer, amar, si quiere.

No contento con este don, le concedió para remediar su "soledad" la opción de convivir con una mujer para remediarla,  pues al ser Dios "trino", quiso hacerlo a su imagen en todo, pues sabía que "no es bueno para  el hombre estar solo". De esta manera,  al unirse varón y hembra, el hombre puede multiplicarse y llenar la tierra. 

Por eso de la libertad del "consenso" entre hombre y mujer nacen las "nupcias".

En este proceso, vemos como el hombre tiene  por  nacimiento una "naturaleza",  (eso significa "naturaleza"), donde se abarca lo que en él hay de animal y de racional: conoce y quiere...si quiere. Tiene así el hombre, ansias de ser y  convivir,  y de conocer la verdad; ello se convierte en  privativo del hombre. En la medida de que lo consigue, se  procura su felicidad: conocer, querer y ser querido.

Finamente, "tan alta vida espero", como diría la de Ávila, que a mi ángel de la guarda ruego. Algo así nos recomienda el papa Francisco.
















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