Aprendiendo (grandes cosas) por los caminos del mundo







Al recorrer  los caminos de este mundo, vamos aprendiendo al  encontramos con la vida y la materia; también al conversar con quienes, como nosotros, van de paso por estos senderos.

Por ejemplo, llama la atención descubrir que lo máximo se esconde en lo ínfimo: el alma en el cuerpo. Pero al ir observando con más detalle, vislumbramos incluso lo que  parece haber sido casi siempre la estrategia, la forma de hacer y enseñar divina.

Cuando Dios decide crear el hombre, sopla el aliento divino en la nariz de un ser de barro; luego, llegada la "plenitud de los tiempos,  elige a una mujer del pueblo para ser su madre. Después, elige una cueva, un pesebre, lejos de toda comodidad como su albergue. Y antes de irse, al instituir la eucaristía, se queda en un trozo de pan para alojarse en una caja oscura de metal o de madera. 

Esta estrategia divina se ve más claramente  cuando revela la razón de su visita a los hombres: "salvarlos", y va en busca de los pecadores:  de esta manera, con este abajamiento,  consigue encerrar de nuevo lo máximo en lo mínimo. No se trata de una postura política. Nadie hasta entonces había dicho cosa igual, impensable en un Dios, ni siquiera en las narraciones de la mitología griega.

Sólo un gran artista puede tallar una figura excelsa en lo más tosco de la materia: un trozo de piedra arrancado de una  cantera, a la manera de Miguel Ángel. Algo así parece suceder con el hombre.

La razón humana tiende a buscar  refugio en lo lógico, un paraje tranquilo, libre de curvas y vaivenes. Pero esa clase de terreno excluye muchos otros caminos. Dicho de otra forma:  para aprender en serio se debe creer en serio. La fe va unida con la ciencia, y el entendimiento con ambas. No se trata sólo de encerrarse en lógica humana.

Aquí entramos en un terreno pedregoso, como los hay en los caminos de la tierra. Por un lado, la fe sin ciencia nos lleva al "absurdo", como ha ocurrido con algunos personajes de la historia; este sería  el caso de Tertuliano (s. II y III), quien llegó a decir, aproximadamente: Creo porque es absurdo. La postura opuesta aparece entre quienes colocan  la ciencia por encima de todas las cosas: todo se puede llegar a conocer, parecen decir quienes así piensan; es cuestión de tiempo, o de invertir un poco más de capital para llegar a conocer lo faltante científicamente. Con esta postura se desbarata el misterio, encerrado en todas las cosas creadas.

En efecto, el entendimiento  cuando capta lo irracional, lo rechaza, pues equivale a decir que el "ser" y el "no-ser", por ejemplo, son compatibles y aplicables a la misma cosa. Asimismo, la "experiencia" nos dice una y otra vez de los límites de nuestro conocer; no es que no se conozcan las cosas, sino que no se acaba de conocer  lo que no se entiende; por eso la sensatez nos avisa: sí, hay algo más allá de nuestras luces intelectuales, pero no lo alcanzamos a ver. Entonces, lo razonable  es quedamos en el claroscuro de la presencia del misterio

Claro, la preponderancia de lo científico en nuestros días, arranca ya desde finales del siglo XVIII, con el famoso reto de Kant, Sapere aude! (¡Atrévete a pensar, a saber!). Se trata del prototipo de la invitación racionalista: sólo se acepta lo esclarecido por la razón. De acuerdo      ---aceptan---, podría haber otras cosas, pero...lo seguro es moverse en los confines de lo alcanzado por la "razón".

No podemos citar aquí cuántos personajes importantes, de primer nivel, han conseguido sus doctorados por los caminos de la vida. Sabemos, por ejemplo, cómo dos mujeres, una del siglo XVI, cuya fiesta hoy, 15 de octubre, se celebra; otra del XIX; ambas, sin haber pisado jamás una universidad, han sido proclamadas doctoras de la Iglesia. Algunos dirán, con cierto tono de burla: ---"Pues así estará la Iglesia: mujeres y doctoras sin escuela". 

Su mérito, sin embargo, estriba en haber descubierto y hecho vida ciertos aspectos encerrados en la bruma del misterio; si bien ya revelados, no se había reparado en ellos quizá  por atacarlos sólo a la luz de la razón, dejando la fe a un lado. 

Se trata, en este caso, como ya se habrá adivinado, de las santas Teresa de Jesús de Ávila y  la de la otra Teresa, la jovencita de Lisieux, ambas carmelitas. Es decir, hay por ahí otros caminos además de los de la ciencia

El pensador francés Pascal, gran científico, matemático, nos advertía ya en el siglo XVII en su obra Pensamientos: "Razones tiene el corazón que la cabeza no entiende". Este es el caso de la oración silenciosa, y el camino de las cosas pequeñas, de lo ordinario. Teresa la grande insistió en lo primero; la Teresa pequeña alcanza las cumbres de la santidad con su insistencia en lo segundo.


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