¿Ser feliz sin querer? En el paseo de la Concha, San Sebastián

Playa de La Concha de San Sebastián, España

Al caminar por el paseo de La Concha de San Sebastián, se percibe un mosaico de naturaleza y humanidad. La naturaleza se protege con un centinela fiel la entrada del mar en la bahía por medio de la Isla de Santa Clara. Desde el aire, la isla parece una gran ballena guardando la costa donostiarra. La humanidad va cambiando según la época del año. Los veranos  llenan de bañistas las playas de La Concha y Ondarreta, y los curiosos observan desde el mirador  ofrecido por la barandilla de hierro fundido pintado de blanco, las modas de trajes de baño, dependiendo del año y la edad de la persona, aunque muchos bañistas no se dan cuenta del paso de los años a la hora de ceñirse un bañador.

Después de algunas modificaciones, esta barandilla, inaugurada por el rey Alfonso XIII en 1916, ha devenido en una especie de símbolo de la ciudad vasca y de su atractiva muestra del mar Cantábrico, apacible en los tiempos de verano excepto en las perturbaciones producidas por la presencia de alguna galerna; pero, ese mismo mar muestra también su furia en las embestidas durante los inviernos en toda la orilla de las playas y en los acantilados del paseo marítimo. 

Desde esta barandilla, diseñada por el arquitecto Juan Rafael Alday en 1906, han desfilado miles millones de espectadores para contemplar el paisaje marítimo y dejar volar la imaginación y las preocupaciones más allá del presente, y así dejar lugar para los sueños y la venida de tiempos mejores.

En especial este mirador se pone de relieve con la llegada de los reyes de España a sus estancias de verano en las playas de La Concha, un pasatiempo desacostumbrado hasta que la reina María Cristina y su séquito establecieron la rutina de pasar sus vacaciones en San Sebastián,  a partir de la segunda década del siglo XX. Hasta esas fechas, el bronceado se consideraba como algo un tanto vulgar, más propio de las gentes del campo. Pero, a partir de entonces, junto con la realeza, los acompañantes iniciaron la costumbre de tumbarse al sol dejándose quemar por sus rayos.

Hoy sigue cautivando a propios y extraños la visión del mar Cantábrico en el paseo de La Concha de San Sebastián en cualquier época del año. Desde ese lugar, a pocos metros de distancia, se puede escapar uno a los pequeños restaurantes del barrio de pescadores donde se sirven junto a la pesca del día un buen piscolabis de vinos regionales de alto calibre. 

En fin, sin dejar de ver el ir y venir de las olas, se puede disfrutar del sol, de la brisa marina, acompañado de verdaderos manjares de la cocina vasca. Es una faceta más del amor.  Abur.


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