Con tanta profecía suelta, ¿a quién haremos caso?


Las "redes" están repletas de profetas y profecías. A falta de verdades concretas, salen liebres por cualquier rincón tratando de distraernos de la realidad concreta, de la única verdad.

Pero, ¿quién nos puede decir de qué se trata esa verdad concreta, que nos elude, y por ende, cualquiera se erige en profeta y publica sus visiones del hoy del mañana? ¿Cómo detectar si el pretendido profeta lo es?

Desde los tiempos de la Ilustración se ha presentado como un triunfo del pensamiento moderno el haber sido capaces de separar los caminos descubiertos por la "ciencia" y los conducentes aprendidos de la "tradición" de nuestros mayores y su relación con la divinidad. Por eso resulta más difícil ahora deslindar lo cálculos para ir y regresar de Marte, y la "admiración" que representa el que una mujer haya sido madre del único Dios, y se halle ahora en cuerpo y alma contemplando la presencia trinitaria y, completamente feliz, interceda, como en Caná, para que no se pierda ni una sola alma de cuentas se mueven todavía en la tierra.

Es comprensible que las ecuaciones y la tecnología puedan siquiera decir una palabra sobre la fiesta que hoy se celebra en la Iglesia con rango de solemnidad. Pero com diría Platón a los suyos, hay quienes "son sabios en las cosas divinas". Esto se descubre, escuchando. 

Al oír las historias de marcianos y de las "guerras" de las galaxias el corazón se inquieta y rara vez se puede llenar de paz, pues no existe en las planteamientos siderales. Sin embargo, al "escuchar" y aprender de las palabras de la tradición se nota, como decía san Juan de la Cruz, que se ha dado a la caza alcance. Y además hay paz

El problema con este planteamiento se simple y complejo a la vez. Se necesita hacer una acto de fe, si no, al caminar por las aguas nos iríamos hundiendo antes de dar dos pasos siquiera; la "ciencia" nos tildaría de locos por atentar contra las leyes de la gravedad y todas las leyes del universo. Sin embargo, para captar la verdad se requiere de un acto de fe, es decir, no fiarse de uno mismo y de sus presupuestos y abandonarse en manos de quien es el autor de todas las leyes científicas.

En conclusión, hay que "caminar por el agua". No es una cuestión de aprendizaje sino de fe. Lo tenemos en la revelación: con un grano de mostaza de fe en nuestras entendederas, se podrían trasladar los montes...entre otras cosas. Y es que las profecías se cumplen, y la autoridad sabe discernir entre la palabrería y la palabra, esa que ya está dicha, nunca se agota y jamás se le puede añadir siquiera una tilde a lo dicho.




 

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